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Una (web) menos

La Razón
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Cayó Gawker, la web de chismorreos. Tanta paz lleve como sangre y estiércol dejó. Cierra ante la imposibilidad de pagar una multa de 140 millones de dólares, condenada tras publicar en 2012 un vídeo sexual del luchador Hulk Hogan. Exactamente dos minutos, de los que 10 segundos corresponden a la escena en el catre. A Gawker la fumiga la implacable querencia por la ley de un país, EE UU, donde no sale gratis arrollar vidas, pisotear derechos e incinerar la psique y el dormitorio. «Qué mal», dicen los hipotéticos partidarios de la libertad de prensa, que hablan ya de un precedente mordaza, de un cuchillo en la sístole del libre intercambio de ideas. Qué bien, pienso, mientras hago vudú con el muñequito de todas las webs excremenciales, la televisión escoria y esos psicópatas, alcahuetes y cerdos que hacen pitanza del calzón ajeno y la pasión del forastero, del otro al que espían y venden y trituran y subastan e injurian por unas sucias monedas. La historia del final de Gawker es doblemente hermosa al saber que Peter Thiel, uno de los fundadores de Pay-Pal y uno de los primeros inversores en Facebook, pagó hasta 10 millones de dólares a los abogados de Hogan para que mantuviera el pleito. A Thiel lo animaba esa pasión sagrada y dura, la venganza, después de que en 2007 Gawker desvelara que es homosexual. O sea, que lo sacó del armario sin pedirle permiso, a gorrazos de titulares. Sin consultar al interesado la bendita o maldita gracia que le haría, amparados en un sacrosanto deber a informar que más bien parece el Código de Hammurabi pasado por la corrala más infecta del barrio. Ole Thiel y ole su afán por sacarle las muelas a un negocio cimentado en el chisme y la calumnia, la exposición en plaza pública de la verdad doméstica y el choteo anónimo de unos lectores que amparan bajo el nick su cobardía, el verdín de su odio de clase y esa zoológica y voraz necesidad de bromear a costa del vecino, mucho mejor si éste es famoso y/o rico. Mientras en el «New York Times» Fardah Manjoo lloriquea por la defunción de la web amarillista, yo, que soy muy bruto, celebro con café, galletas y cigarrillos (son las diez de la mañana) su feliz hundimiento. Ojalá otros Thiel financiaran con incontables cheques la guerra contra el ponzoñoso lago en el que nadan los censores del jergón, los interventores de la ingle, los tristes reprobadores, los pálidos murmuradores, los agresivos payasos con podio en tv, los buitres, chacales y cuervos que ganan millones a costa del escarnio, los príncipes de un ecosistema mediático en el que ya sólo vales lo que tu última acrobacia moral y tu consumada falta de escrúpulos. Murió Gawker y yo levanto mi taza, sonrío y contemplo el jardín más allá de mi ventana. «Pincho Idiot wind», de Bob Dylan, y murmuro a gritos sus mejores y más venenosos versos. O por decirlo con la eficacia sintética del gran Fernando Fernán Gómez: a la mierda.