Alfonso Ussía
Uranga
Solucionaba los conflictos internacionales en compañía de Antonio Mingote en el bar del Hotel Miguel Ángel de Madrid, cuando se acercó un tipo fuerte, simpático y decidido a nuestra mesa. -¿Puedo tomar una copa con vosotros? Soy José Javier Uranga-. Antonio no recordaba quién era Uranga, pero yo había escrito de él y de su coraje. Cuando José Javier se presentó como director del «Diario de Navarra», Mingote hizo un comentario confuso: -Pues muy bien-. Uranga se apercibió del despiste mingotiano, y enriqueció su presentación. –Soy el único director de periódicos del mundo que ha sobrevivido a veinticinco balazos en su cuerpo y un tiro de gracia en la cabeza-. Fue cuando Antonio le dio un abrazo mientras le decía: -Vaya tío-.
Entraba tranquilamente en la sede del «Diario de Navarra» un día de agosto de 1980, cuando un criminal de la ETA le metió veinticinco balas en el cuerpo. Para asegurar su «hazaña» de «gudari», el terrorista apuntó a la cabeza de lo que quedaba de José Javier Uranga y apretó el gatillo. Cuando huyó, estaba convencido de haber terminado con la vida del gran periodista navarro que jamás se plegó a las exigencias de la ETA. Un año permaneció en la Clínica Universitaria de Pamplona, y doce meses después de ser acribillado por el asesino torpe, Uranga se sentaba de nuevo en el sillón de su despacho de director del «Diario de Navarra».
Le extirparon, en diferentes intervenciones, muchas de las balas que se toparon con su resistencia. Otras las llevaba en su interior cuando se sentó con nosotros. Apenas le concedía importancia a su gesta. Le atribuía su supervivencia a los médicos que le atendieron y a la torpeza de su asesino. –A un terrorista que dispara contra una víctima indefensa, le mete veinticinco balazos en el cuerpo, le descerraja el tiro de gracia en la cabeza y la víctima sobrevive, hay que retirarle el carné de terrorista-. Uranga era un pamplonés, un navarro que no admitía la colonización sistemática de Navarra por parte del nacionalismo vasco, y menos aún, el terrorismo de la ETA. Su voz y su pluma eran respetadas en Navarra, y en su voz y su pluma decenas de miles de navarros unieron su resistencia. Me figuro la tristeza de José Javier Uranga, el héroe, en los últimos meses de su vida, sabedor de que «Nafarroa Bai», la sucursal de «Bildu», y el propio partido surgido del terrorismo etarra, gobernaba en muchas localidades de su tierra, con Pamplona a la cabeza. Me figuro el dolor –mayor que el de las veintiséis balas que soportó su cuerpo–, al figurarse en la presidencia de Navarra a Uxúe Barcos, la navarra amiga de los colonizadores violentos de Navarra. ¿Para esto resistí veintiséis balazos? ¿Para esto entregué mi tranquilidad y la de los míos? ¿Para esto me enfrenté con la pluma a las balas de los terroristas?
José Javier Uranga, además de un hombre, era una hazaña. Sembró y regó con su sangre mucho más de lo que cosechó como consecuencia de su heroísmo y su firmeza navarra. Una parte de la sociedad que defendió con su vida como único escudo, miró hacia otro lado para no comprometerse. Uranga Santesteban, apellidos vasco-navarros, vascongados, rozados en valles y raíces con las vecinas tierras guipuzcoanas. Eso, un pamplonés decidido, culto, patriota, sencillo y simpático que hablaba del futuro más que del pasado, y de Navarra con mucho más dolor que de las veintiséis heridas en su cuerpo. Repetía una máxima, una advertencia a los jóvenes periodistas: «Un buen periodista no puede ser amigo de ningún político». Al despedirse, Antonio Mingote, que había combatido tres años en la Guerra Civil, me comentó: -He conocido a un héroe de verdad-. Y siempre sus palabras bienhumoradas: -A un terrorista como el que me envió la ETA para asesinarme, hay que quitarle el carné de terrorista. Qué pedazo de incompetente-.
Siempre Navarra, José Javier.
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