José María Marco
Voluntad de moderación
La obra de Manuel Chaves Nogales es la propia de un periodista, movido ante todo por captar la realidad tal como se vive en el momento y por la urgencia de contarla. Las ideologías y las abstracciones le repelen en la medida en que le impiden comprender lo que tiene ante ojos y contarlo tal como él lo ve. Se comprende así, por razones casi de ética profesional, su aversión a los totalitarismos de los años treinta, y su poco aprecio de la propaganda con la que esos mismos totalitarismos intentaban seducir a una opinión pública desconcertada. Como, por otro lado, escribía con elegancia, precisión y cortesía, Chaves Nogales se convirtió, y sigue siendo, un maestro de sensatez y sentido común. Su lector natural no está deseoso de ver corroborados sus propios puntos de vista. Es más bien aquella persona que, teniendo claro algunos grandes principios, sabe que la realidad no se prevé fácilmente y que puede cambiar las perspectivas por las que intentamos comprenderla.
En eso consiste, sin duda, el éxito que sus escritos están teniendo en estos años. Ya no nos interesan mucho los grandes esquemas interpretativos, y el lector agradece el esfuerzo por contar la realidad con honradez. Así es como se han ido sucediendo las ediciones de sus trabajos sobre el totalitarismo nazi, el soviético, la ocupación de Francia por el Ejército alemán y el conjunto de la República. En todos los casos, lo que interesa de Chaves Nogales hoy en día es su independencia de espíritu y su capacidad para no dejarse enredar en las trampas ideológicas. Claro que, por otro lado, Chaves Nogales no se podía desprender de su propia perspectiva ni de sus lealtades políticas. Sus simpatías le llevaron a Azaña, que para él significaba una posición de centro izquierda templado. Lo mismo creyó mucha gente en algunos momentos de la historia de la Segunda República, y hay quien sigue convencido que es así.
Las páginas de Chaves Nogales que ahora se publican bajo el título «¿Qué pasa en Cataluña?» nos remiten, en parte, a la posición de Azaña ante ese asunto que resultó determinante en la historia de la República. Como es de esperar, el gran periodista no se plegó a los fervores ni a los eslóganes, y se esforzó por comprender y transmitir la complejidad de la situación catalana y sus consecuencias en el resto de España. Al mismo tiempo, argumenta la perspectiva y la acción azañista mediante el elogio del buen sentido, la industriosidad, el natural conservador del pueblo catalán y, en consecuencia, del catalanismo. Pronto se vio que muchas de aquellas hermosas ideas, tan equilibradas y de apariencia tan juiciosa y ecuánime, no respondían del todo a la realidad. Había y hay, en el nacionalismo, un fondo conservador y prudente, pero el nacionalismo, de por sí, no lo continúa. Al revés, casi siempre lo contradice y lo violenta. Es una de las perspectivas, particularmente reveladora, desde la que pueden leer estos textos.
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