Joaquín Marco
Y ahora toca Cataluña
La nueva política (los títulos de Ortega y Gasset siguen siendo de máxima actualidad) ya está aquí, junto a la vieja. Se han constituido los ayuntamientos sin graves problemas y pronto lo harán las comunidades que parecen presentar menos dificultades. El ciudadano español acabará el año saturado de coaliciones, contradicciones y declaraciones políticas de todo signo. Para mantener el suspense en este ámbito las nuevas formaciones municipales nos han ofrecido ya su primera crisis antes aún de tomar posesión, porque las políticas de alianzas son a menudo inestables incluso en su propio seno. Las dos grandes capitales españolas, por ejemplo, están formadas por asociaciones que engloban diversas sensibilidades. Hemos emprendido una experiencia, de exigencia máxima, sin una cultura pactista y sin una necesaria y clara voluntad de atender las razones del otro. La fórmula tradicional de nuestra sociedad cainita no ha sido superada aún y quienes vivimos la etapa de la Transición podemos evocar con nostalgia cierta voluntad de acordar, pese a defectos que, en parte, nos han llevado hasta el terreno minado que ahora pisamos. Pero el advenimiento de los nuevos fue recibido con alborozo popular y es deseable que el entusiasmo no decaiga, ni siquiera cuando se recorten las expectativas. La alcaldesa de Madrid ha renunciado ya, a los tres días de haber tomado posesión del cargo, a la idea de la creación de un Banco Municipal, como era más que previsible, aunque ha resuelto en parte el problema de la comida infantil y hasta ha ampliado los límites de las edades. Pero ni el PP ni el PSOE van a perdonar un mínimo desliz a los nuevos que llegan no tanto para colaborar, sino para desplazarlos de sus anteriores situaciones hegemónicas. A todo ello habrá que sumar los cambios que el presidente anunció en el Gobierno y en el Partido, pese a que las elecciones generales, que aseguró no iba a adelantar, ya se otean en el horizonte. Antes habrá que observar lo que suceda en Cataluña, mucho más que una comunidad, en cuyo seno bullen fuerzas propias de muy distinto signo.
Tradicionalmente la llamada «minoría catalana» en el Congreso de los Diputados, usurpando parte de la denominación del PSC, había jugado el papel de gozne, apoyando unas veces al PP y otras al PSOE. El catalanismo moderado constituía siempre un recurso a tomar en consideración por las dos grandes formaciones y Jordi Pujol se convirtió, incluso, en el político más deseado. Pero la transformación que se ha producido en el panorama político ha dado al traste con el anterior modelo. Los nuevos partidos han eliminado cualquier protagonismo a los nacionalistas y, mientras los vascos ganan posiciones en su feudo con la bandera de su concierto económico, el president de la Generalitat, Artur Mas, se radicaliza y anuncia que adelantará las elecciones autonómicas al 27 de septiembre y que va a considerarlas plebiscitarias. Ha llegado, pues, la compleja hora de Cataluña. El president ha anunciado también el abandono de la política si su formación no logra la victoria. Pero la situación de Convergència, roto ya el pacto con Unió de Duran Lleida, no cabe entenderla como satisfactoria. Unió sale del Gobierno, aunque mantiene una federación que cuenta ya con 37 años de existencia. Pero la crisis que han protagonizado el fundador Jordi Pujol y su familia obliga a una refundación. Ya apenas si se alude a la fórmula CDC, sino que se opta por Convergència a secas. Sus bases nunca se manifestaron radicales en el sentido independentista. Sus alianzas con ERC han llevado a Mas a competir con un partido que se ha tornado más exigente con Junqueras y su equipo. No sabemos si Mas optará por encabezar una lista presidencialista con otras siglas, pero todo ello ha de resolverse en cuestión de días. Han sido también las nuevas fuerzas las que han ocupado un espacio que se ha producido como fruto de la crisis económica y la inhibición del Gobierno de Madrid. Cabe sumarle a Convergència los problemas económicos que la han obligado a vender su sede, ya embargada, y responder al embargo con otras varias. Pero el mazazo más grave ha llegado con la pérdida de Barcelona, tradicional feudo socialista, que tras las anteriores elecciones quedó en manos de Convergència.
Las nuevas formaciones descolocarán sin duda a los partidos de siempre. Convergencia, de sobrevivir, puede apropiarse de una parte de la militancia de su socio que se ha declarado no soberanista, pero a cuantos Ada Colau representa valorarán más sin duda la vertiente social que el independentismo. Para complicar el panorama conviene apuntar el papel de la calificada como Asamblea Nacional Catalana (ANC). Al papel movilizador de la ANC hay que añadir el de la organización Omnium Cultural. Son fuerzas independentistas que se sumarán a las tradicionales, así como a Procés Constituent, grupo que cuenta con la figura de la monja de clausura Teresa Forcades. Su programa consiste en aunar diversas fuerzas independentistas como Iniciativa, EUIA, CUP y Podemos cara a las próximas elecciones. Frente a tan diversas fuerzas se encuentran los votantes del PP, Carme Chacón, que representará al PSC, y Ciutadans, cuyos resultados en Cataluña hasta el momento nunca han sido brillantes, pero pueden aglutinar voto moderado. Queda todavía como una incógnita por despejar la actitud que tomará Podemos, una formación cuyo programa respecto al independentismo resulta todavía incierto. Nunca el panorama de las elecciones autonómicas en Cataluña se había presentado de forma tan problemática. Bien es verdad que el PSC se hizo con el poder en ciudades como Tarragona y Lleida, pero no parece sencillo augurar un gran éxito a una formación con una crisis interna. No es fácil, antes de iniciar la campaña y a la espera de que Mas convoque oficialmente las elecciones, dilucidar cómo vamos a salir de tan complejo laberinto. Las elecciones catalanas pueden dar mucho juego, aunque en el resto de España se observen como un extraño fenómeno. Cualquier movimiento tendrá sus repercusiones en las generales de noviembre o diciembre. Aseguramos un cierre de año pletórico de suspense.
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