Alfonso Ussía
...Y los que no lo saben
Se hablaba, un decenio ha, de nacionalismo y no de separatismo. En la venta de La Rabia, la de los Herrera, límite entre Comillas y Valdáliga,una mujer maravillosa, barcelonesa establecida en Bilbao, nacida en la mejor casa de Pedralbes –la mejor casa de Pedralbes es, por lógica, el Palacio de Pedralbes–, me definió los tres modelos de nacionalistas, tanto vascos como catalanes. «Hay tres clases de nacionalistas. Los que lo son y lo reconocen; los que lo son y no lo reconocen, y los que lo son y todavía no lo saben». Dos semanas atrás, en Barcelona estalló el júbilo en una manifestación de españolidad y catalanismo del bueno. Más de un millón de personas que unían su alegría y sus banderas con el orgullo de la Patria común. Y recordé las palabras de aquella mujer inolvidable, pero con intención cambiada. «Hay tres clases de españoles. Los que lo son y se sienten orgullosos de serlo; los que lo son y no lo reconocen, y los que lo son y todavía no lo saben». La inteligencia y la claridad al servicio de la lógica. Hay, por desgracia, una cuarta clase de españoles, españoles de cuarta –y nunca mejor traído–, que son aquellos que odian a España porque sus padres y abuelos perdieron una guerra hace ochenta años. Unos españoles jóvenes que no han hecho nada para disfrutar de la libertad que hoy disfrutamos. Que no han aportado nada porque todo se lo encontraron hecho. Pero que, precisamente por ello, desean llevar a España al límite del sufrimiento y la división para modelarla a su antojo. Estos son los peores. Peores que los separatistas, aleccionados desde niños a odiar, y peores que aquellos nacionalistas que, al amparo de la buenas palabras, tanto ayudaron a la expansión del odio. Expansión que no se hubiera producido sin la colaboración y los intereses políticos y electorales de los llamados partidos nacionales, capaces de entregar la Educación de los futuros españoles a unos aprovechados que apoyaban sus presupuestos en el Parlamento a cambio de insoportables facturas. No se esconda Aznar por ahí, que lleva una alforja de dejaciones tan pesada como irreponsable. Entregó la Educación a Pujol a cambio de una cabeza y los votos necesarios para gobernar.
En Cataluña ha estallado la división. Familias divididas, empresas divididas, amigos divididos y la calle dividida. Pero se ha producido la reacción en su sentido positivo. Lo reaccionario no es lo conservador y antiguo, sino aquello que anima a reaccionar a la gente ante la ignominia. El fascismo fue, efectivamente, un movimiento reaccionario. La burguesía reaccionó contra la dictadura del proletariado, contra el comunismo imperante, dueño absoluto de la mentira disfrazada de única verdad y el futuro. El fascismo asesinó a millones de personas. El comunismo multiplicó los millones por diez. La clase media, el entretejido que mantiene el nivel de vida de las sociedades libres, se opuso al comunismo, el gran fracaso, el artífice de la ruina y la mutilación de los derechos humanos. En la vida, todo es consecuencia de lo anterior, y lo estamos padeciendo en España. Pero aquel silencio, aquella pasividad de la Cataluña no nacionalista, en la que se incluyen tantos catalanes que no sabían de su arraigo español, se ha convertido en una fuerza que de, mantenerse unida y firme, puede resultar imparable. Cataluña está herida por los enfrentamientos inmediatos, pero no entregada a los separatistas que se han propuesto arruinarla. Ha surgido la reacción ante lo intolerable, y la cercanía de la podedumbre económica, cultural y social en Cataluña, ha despertado a decenas de miles de catalanes que se sienten españoles aunque no lo sabían meses y años atrás.
Aquella manifestación y las palabras del Rey pidiendo el cumplimiento de las leyes han dado la vuelta a la situación. Abandonar la firmeza equivale a entregar lo que tanto ha costado reconocer que se ama. A España, sencillamente.
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