María José Navarro

Yo, Leonor

Eso pasa por estar todo el día de pingoneo. Que yo ya lo he dicho muchas veces pero que es que en esta casa no me echa nadie cuentas. Pues hala, de picos pardos. Todo el día de la ceca a la meca y así nos pasa. Que aparecemos en los papeles. La otra noche salió Altibajos con sus colegas y cómo no, acabó en un sitio hipster. Porque mi madre podría haberse ido a tomar un chisme al «Cinco peniques» de turno, o a un bar de motivos marineros con la barra de polipiel, con cinco clientes viejunos que la hubieran recibido al grito de «Viva Essspaña», pero no, preferimos la modernidad y así nos va. Salió, se metió en un sitio de barbudos de pantalón pitillo caído y rebecas con coderas y la atendió un camarero con ganas de publicidad para el bareto. Ay, señor, cuando yo salga de noche, qué zona VIP más grande voy a poner y qué gorilas voy a contratar. ¿Cercanía? Unas narices cercanía. Ni hablar del peluquín. Más derechos que una vela van a ir. Menos mal que mi padre está por mantener un poco la cosa rancia y se ha presentado en los toros. Así me gusta, siempre en vanguardia, padre. Qué será lo próximo, Dios mío. ¿Una cacería a caballo? ¿Comprar sardinas saladas? ¿Ver «Cuéntame»? Pues nada, que se presentó en los toros y está la abuela que se le puede atar el morro con una manta de Zamora. Qué cabreo tiene. Yo no sé si de mayor hacerme de la parte de la familia campechana o de la distante, la verdad. Hombre, la campechana bebe vino y eso. Mejor la campechana, ¿no?