Opinión

Conspiraciones: «haberlas, haylas»

«En la actualidad, de lo que se habla no es tanto de conspiradores sino de "conspiranoicos", cual una obsesión o tendencia a interpretar determinados acontecimientos como fruto de una conspiración»

El diccionario oficial de la RAE define el verbo «conspirar» como «ponerse de acuerdo varias personas para hacer algo, especialmente contra el Estado o el soberano». Lógicamente, la conspiración es la acción resultante de varios conjurados con ese objeto, lo que ha formado parte ininterrumpidamente de la Historia y por ello considerado como algo negativo de la condición humana. En la actualidad, de lo que se habla no es tanto de conspiradores sino de «conspiranoicos», cual una obsesión o tendencia a interpretar determinados acontecimientos como fruto de una conspiración. Está tan de moda, que el término sido incluido en la última edición del Diccionario oficial del pasado diciembre. Se suma así a las palabras ya incorporadas en ediciones anteriores como consecuencia de ser la Lengua una cualidad humana en constante evolución y adaptación a la vida de las personas en un mundo y un entorno cambiante.

Otra incorporación a destacar es el sufijo «fobo» para definir lo opuesto a algo o alguien. Lo preocupante es que dada la negativa connotación que tienen tales calificativos, su mero uso ya es un estigma no siempre fácil de limpiar por el destinatario de tal improperio. Obviamente esas inclusiones no son casuales, sino que responden a su creciente e intenso uso en el lenguaje tanto oral como escrito, que con demasiada frecuencia ahorran el esfuerzo de pensar y razonar a sus usuarios. Ahora están muy de actualidad para descalificar a todo aquel que simplemente no comparte «a pies juntillas» determinadas creencias convertidas en virtuales dogmas laicos de algunas pseudoreligiones, o simplemente osan adentrarse con espíritu crítico en esas informaciones, opiniones o teorías. Es el caso de quienes no comparten los postulados de la ideología de género convertida en la única que no puede criticarse sin incurrir en el calificativo de «homófobo», residenciado incluso en el Código Penal. O el término «negacionista» para el que no se somete a la dictadura de la religión climática, por ejemplo, o no acepta una determinada tesis. Por ello, apropiarse del lenguaje es una clara estrategia utilizada para conseguir determinados objetivos, como el caso del denominado lenguaje «inclusivo» utilizado por el feminismo radical para imponer en la sociedad la ideología de género y la transexualidad. Podríamos aplicar a estos casos el proverbio que procede del gallego utilizado para hablar sobre las meigas; o sea, las brujas, que aunque nadie las haya visto o no crea en ellas, afirma que «haberlas haylas». Pues conspiraciones para conseguir el poder para imponer una determinada cosmovisión globalista, también «haberlas haylas».