
Y volvieron cantando
Cordones sanitarios, puertas al campo
Esto va de ilusionar a los ciudadanos, no con impostados gestos inclusivos, sino con soluciones a sus problemas reales. Esa batalla se está perdiendo
Una de las preguntas que pocos quieren hacerse, tal vez para no agarrar por los cuernos el toro de la autocrítica sobre el agotamiento de la carga política en su discurso es por qué millones de ciudadanos que votan en países desarrollados del mundo occidental, personas normales que van cada día a su puesto de trabajo o levantan cada mañana la persiana de su negocio acaban votando a opciones que no paran de crecer y que ya incluso han alcanzado el poder en algún país europeo y sobre todo en los estados unidos con el regreso del trumpismo. La respuesta, mal que resulte difícil de digerir en estos tiempos de lo políticamente correcto, tiene mucho que ver con iniciativas políticas surgidas desde supuestas órbitas progresistas que no han sido entendidas por esos ciudadanos de a pie, sencillamente porque vienen a confundir la defensa de derechos de minorías por su raza, inclinación sexual o religión, además de la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres o la lucha por la conservación del medio ambiente, con excesos en algunos casos estrafalarios y peligrosamente instalados en la imposición de discriminaciones positivas en todos los ámbitos de la convivencia, empezando por el laboral y acabando por cuestiones que pertenecen al ámbito de lo más íntimo y personal. Los cordones sanitarios tienen su efecto táctico impidiendo el acceso de la ultraderecha al poder, pero carecen de eficacia estratégica porque la «burbuja desinfectada» de los partidos convencionales queda cada vez más aprisionada en el sándwich de unos extremos que no paran de crecer. Esto va de ilusionar a los ciudadanos, no con impostados gestos inclusivos, sino con soluciones a sus problemas reales. Esa batalla se está perdiendo.
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