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Quisicosas

A cuatro patas en el Ministerio

Algo terrible está pasando en las oficinas de la SS, cuyos funcionarios llevan meses en huelga intermitente, al borde del colapso.

Acabé a cuatro patas, no les digo más, derribada físicamente pese a las advertencias de Larra. Semanas llamando al Ministerio de Seguridad Social para pedir una pensión de discapacidad para mi hijo. No cogían el teléfono ni a las nueve ni a las seis ¿dónde estarían los funcionarios? Tampoco contestaban a mis correos, así que nos presentamos ambos físicamente en la oficina, mi hijo y yo, preguntándonos por este silencio. Había en la sala unos cincuenta cariacontecidos, todos para lo mismo, de pie en cola, sentados, también en silla de ruedas, una hora de espera de media. En la ventanilla me entregaron un papelito a máquina con un número de teléfono y la instrucción de llamar a las 11 de la mañana cualquier día. Un extraño procedimiento, puesto que yo ya estaba donde tenía que estar ¿tal vez para hacer desistir? ¿desalentar el cobro para pagar el uso del catalán en la Comunidad Europea? Tras mucho marcar unos y doses y ceros, la metálica voz cibernética me anunció que me telefonearían de vuelta al día siguiente. Más perplejidad, a esas alturas comprenderán que yo no salía de mi asombro, me sentía entre Sherlock Holmes y el descubridor de Tutankamon, ya verdaderamente curiosa frente a lo que pudiera desvelarme el destino. En efecto, un señor carnal me llamó un día después y me remitió un sms. Hube de pulsar el link para recibir cita. Acudí entonces en la fecha señalada a la oficina, provista de partida de nacimiento literal, padrón, libro de familia, sentencia de divorcio, dictamen de discapacidad, DNI de ambos… los papeles ocupaban la mesa. Los he entregado mil veces en distintas dependencias, pero los sistemas informáticos no están conectados. Si mi hijo o yo desaparecemos, podrán saber de nosotros hasta la talla del gorro de piscina.

Algo terrible está pasando en las oficinas de la SS, cuyos funcionarios llevan meses en huelga intermitente, al borde del colapso. Cuando salí de entregar el expediente (ahora toca esperar la resolución) un escalón traicionero se enganchó de mi estado de nervios y me dejó en el suelo. Allí a cuatro patas, desconcertada y rodeada de dolientes como yo, que me preguntaban si me había hecho daño, pensé en la patética imagen de una madre en el suelo, con pelos de loca y completamente mareada. Menos mal que no tengo 80 años y conservo en parte mis facultades mentales, de otro modo habría desaparecido en el laberinto administrativo para siempre, abducida en un mostrador o perdida en el éter de internet y ustedes no leerían esta alarmada columna desde un país cuyo presidente no asoma el hocico de la Moncloa, tiene sus prioridades en el extranjero y dice que lo acosan.