El trípode

La DANA y los «Dogmas de la religión climática»

Una cosa es reconocer que la contaminación atmosférica, en especial en las grandes urbes y la producida por determinadas instalaciones fabriles o centrales térmicas, debe ser debidamente regulada para proteger la salud ambiental, y otra los abusos que con ese pretexto se están cometiendo

La DANA que ha provocado en España daños por inundaciones, accidentes incluso con víctimas mortales, suspensiones y trastornos en las comunicaciones ferroviarias y aéreas, así como alertas cual si se avisara de daños apocalípticos en medio de la sequía que padecemos, vuelve a poner de candente actualidad el dogma laico de la nueva «religión climática». Desde que, cual su profeta, el exvicepresidente estadounidense Al Gore hiciera público en 2006 un inmediato apocalipsis si el hombre no dejaba de emitir dióxido de carbono a la atmósfera provocando una destrucción de la capa de ozono que protege a la humanidad, el «cambio climático» es un dogma de obligado cumplimiento para todo aquel que desee actuar con libertad en el perímetro de la corrección política.

Son los celosos inquisidores de esa nueva religión a los que nadie ha votado, los que velan por su pureza doctrinal para que nadie se desvíe de ella, condenando a la exclusión social y política a los heresiarcas que osen no reconocerla. Ya anunció el genial converso inglés Chesterton, que «el problema de no creer en el verdadero Dios y en su Religión, es que se acaba creyendo en cualquier cosa», y así estamos. Un buen amigo recordaba que hace más de dos mil años, en la Sagrada Escritura ya se hablaba de «tres años y seis meses de sequía en la tierra y de hambruna …» Lc, 4. :¿Eran también los hombres los causantes de esas severas variaciones climáticas? Entonces no parece que hubiera llegado todavía la revolución industrial a la Tierra y no consta ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento referencia alguna a aviones, ferrocarriles ni vehículos automóviles, y el cambio climático era una evidente realidad.

Una cosa es reconocer que la contaminación atmosférica, en especial en las grandes urbes y la producida por determinadas instalaciones fabriles o centrales térmicas, debe ser debidamente regulada para proteger la salud ambiental, y otra los abusos que con ese pretexto se están cometiendo. Es radicalmente falso que haya unanimidad en la comunidad científica en torno a esa nueva religión, para la que se pretende que no exista ni libertad de conciencia ni libertad de expresión para oponerse. La AEMET, anteayer generó una injustificada alarma en la Villa y Corte y de facto otro confinamiento que luego se ha demostrado errado –«errare humanum est»–, y sin embargo son capaces –no hablamos ahora de la AEMET– de profetizar la temperatura de los Polos en el año 2030 o 2040 y el grave riesgo de que con los dos grados de calentamiento anunciado para entonces, se fundan. Demasiada estulticia obligatoria.