El trípode
«Derogar el sanchismo»
Ahora está de gira en plena precampaña electoral por todos los programas y medios de especial audiencia
A la espera de ver anoche a Feijóo, anteayer tuvimos la oportunidad de ver a Sánchez en el programa el «Hormiguero» –como una obligación– para poder escribir al respecto con el debido conocimiento de causa. Primero de todo, conviene recordar que en sus cinco años de estancia en La Moncloa, Sánchez no ha salido de su zona de confort mediático, yendo tan sólo a una radio, un periódico y un canal de TV privados, –además de la radio y tv oficiales– que no es preciso citar por ser sobradamente conocidas sus respectivas identidades corporativa y política. Ahora está de gira en plena precampaña electoral por todos los programas y medios de especial audiencia, a los que se ha negado a ir hasta ahora, para denunciar que la «opinión publicada» es un 90 por ciento «conservadora» y un 10 por ciento «progresista», cuando la «opinión pública» está repartida en un 50-50. Lo que según él, prueba el trato injusto y desigual que recibe del sector empresarial privado, estigmatizándole además con la demonización del «sanchismo». Lo cierto es que esa denominación ha tenido fortuna entre la opinión pública, -y la publicada-, por definir una manera concreta de concebir y ejercer la política por su parte. Se preguntaba retóricamente «¿qué es el sanchismo?», que pretendía homologarlo a predecesores suyos con similar denominación –felipismo, aznarismo…– pero no son lo mismo. Por «felipismo» se define una larga etapa política de más de trece años presidida por Felipe Gonzalez, y lo mismo respecto a los ocho años de Aznar por ejemplo. El sanchismo como decimos, no define un tiempo, sino una forma de entender la política no como un servicio al bien común, sino como servicio a su interés político personal. En Sánchez la mentira no existe, ni tampoco la verdad, camuflada por numerosos «cambios de postura» respecto a las comprometidas con anterioridad, con la particularidad de que todos esos cambios son concesiones debidas para satisfacer a su interés supremo de seguir en La Moncloa. «El fin» –la «estabilidad institucional», como define a ese interés superior suyo– «justifica los medios», todos sus cambios de postura, para complacer a sus socios y aliados, como le han recordado por ejemplo, Rufián y Otegi. Todos con el común denominador de ser la ultra izquierda comunista; separatistas convictos y confesos (por sedición desde las instituciones) o la marca política de ETA. En definitiva, «derogar el sanchismo» es acabar con el Frankenstein –Rubalcaba dixit– en el que ha convertido a la política y el gobierno de España. Y al PSOE, como denuncian destacados socialistas, desde Felipe González a Nicolás Redondo, pasando por Alfonso Guerra entre otros muchos.
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