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Al portador

El día que Sánchez pensó: La calle es mía

«El presidente cree que todavía tiene opciones en las próximas elecciones y, si no, dejará tierra quemada a quién le suceda»

Manuel Fraga (1922-2012), en sus tiempos de ministro del Interior, en 1976, pudo pensarlo, pero nunca llegó a decir «la calle es mía», una frase que, sin embargo, siempre se le ha atribuido. Él negó haberla pronunciado. Incluso podría figurar entre los «mitos progres» –¡ojo, también los hay de derechas!– que Michael Huemer desmonta en su libro del mismo título, que acaba de publicar en castellano la editorial Deusto. Sánchez tampoco lo admitirá, pero el domingo de la «kale borroka» contra la Vuelta Ciclista a España es probable que lo pensara. Hábil donde los haya, no da puntada sin hilo; ha decidido pasar a la ofensiva, como si fuera la última batalla, en el nuevo curso político. Tampoco improvisa, ni mucho menos, aunque tiene una capacidad extraordinaria para adaptarse a la realidad más cambiante.

El inquilino de La Moncloa no se rinde y, ahora con la catástrofe –que nadie minimiza– de Gaza al fondo, ha diseñado una estrategia para ocupar el espacio político a la izquierda de la izquierda y aprovechar la división de Sumar y Podemos, mientras impulsa el alza de Vox para dividir al PP. Sánchez, a pesar de los casos de presunta corrupción y otras irregularidades que sobrevuelan a su alrededor, quiere creer que todavía tiene oportunidades en las próximas elecciones, que convocará cuando más le convenga. Y si no existen esas opciones, dejará un panorama de tierra quemada que complique la labor de quien le suceda en el Gobierno, con la esperanza de que dure poco y que él vuelva aclamado por sus fieles. Mientras tanto, ya ha comprobado las ventajas –para él– de manejar y alentar las algaradas callejeras que le granjearían el favor del electorado más radical –decepcionado por Yolanda Díaz–, y sin que deserten los más templados del PSOE ante el temor a Vox. Todo diseñado desde La Moncloa, con Manuel del Rocha –el verdadero hombre fuerte del presidente– en la trastienda, sin olvidar a Diego Rubio, el jefe de gabinete del presidente, el ideólogo de «la ética del engaño» y del «empleo de la mentira como instrumento de Gobierno», ideas que siguen vigentes. El plan contempla el recurso a la calle –algaradas– como el lugar para la última batalla y que Sánchez piense: «Es mía», lo dijera o no Fraga.