A pesar del...

Dolores Warren

Es habitual, en efecto, que sea la dimensión política la que explique, y a menudo agote el significado de todo lo que es llamado social. Y fue obviamente el caso del dolor social que bautizó Warren

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, también es capaz de desplegar todas las metáforas que le convengan para consolidar una imagen abnegada y condenar a la oposición por su perfidia. Hace un tiempo acusó a la derecha de provocar «dolor social», nada menos.

No hay expresión más manoseada y polisémica que «social». Prácticamente todo puede ser social: justicia, contrato, seguridad, conciencia, vivienda, trabajo, lucha, agente, escudo, paquete, decreto, tejido, progreso, derecho, inclusión, exclusión, pacto, mayoría, responsabilidad, medida, cohesión, bienestar, movilidad, emprendimiento, cambio, decreto, etc. Y ahora Warren, inasequible al desaliento en su empeño por lograr más avances –naturalmente, «sociales»– añade el dolor como refulgente innovación.

Lo más llamativo y paradójico del adjetivo social es que normalmente no tiene que ver con la sociedad. En mi Diccionario incorrecto de la nueva normalidad (LID Editorial), lo expresé de modo sucinto: «Social = político».

Es habitual, en efecto, que sea la dimensión política la que explique, y a menudo agote el significado de todo lo que es llamado social. Y fue obviamente el caso del dolor social que bautizó Warren.

Se refería al voto en contra de la «oposición destructiva» que había tumbado el llamado decreto ómnibus, y Warren, como leí en LA RAZÓN, lo lamentó haciendo uso y abuso de lo social: «es un escudo social que se necesita en nuestro país, porque, al fin y al cabo, lo que estamos haciendo es redistribuir los frutos del crecimiento en favor de la mayoría social».

Por empezar por esto último, era una obvia mentira, porque el gasto público, que de eso se trataba, tiene tal dimensión que el Estado no «redistribuye» en el sentido de quitarle a una minoría para darle a una mayoría, sino que les quita a todos y lo vuelve a distribuir entre todos, debilitando así tanto la justicia como el propio crecimiento económico.

Ahí está la clave del «dolor social» de Warren, y es que jamás toma en consideración a quienes pagan el gasto público: solo se fija en quienes lo cobran, desde los pensionistas hasta los que reciben subvenciones de todo tipo.

Si realmente los autodenominados progresistas acometieran, hablando de dolores, el «cálculo felicífico» de Jeremy Bentham entre placeres y dolores, llegarían a la incómoda conclusión de que los dolores de Warren no son sociales sino políticos.