
Apuntes
Una duda que la diputada Aizpurua puede aclarar
Cuando escribió que «ya vendría la resaca», ¿sabía que iban a secuestrar a Miguel Ángel Blanco?
Uno se curó de espanto en la rueda de prensa que los batasunos dieron en Villafranca de Ordizia al día siguiente del asesinato de Yoyes, –la etarra arrepentida que dejó escrito que en el mito de ETA la persona no existía más que como un sustrato, es decir, no era humana–, ante el desbarre de una dialéctica pedestre que ni sabía ni podía ponerse de perfil, paradigma de la vergüenza ajena. Con el añadido del público presente, colegas de medios vascos, en su mayoría, respetuosamente callados ante la primera parrafada en euskera, que nadie entendía, a la espera de que todo el circo pasara a desarrollarse en el castellano de rigor. De ahí que escuchar a la diputada Aizpurua hablar de fascismo nos deje fríos a los veteranos de la guerra, que tuvimos que lidiar con ese concepto del «marxismo leninismo autogestionario», que, se suponía, informaba la acción «militar» de unos tipos que, como toda filosofía, apenas habían estudiado el catecismo, aunque comprendo que lleve al vómito a gente honrada, más joven, sin la moral polucionada de los servidores del sanchismo. En realidad, de la diputada Aizpurua lo único que puede interesarme, por aclarar una duda, es que nos explique si, el día de la liberación de Ortega Lara por la Guardia Civil, cuando puso en el Eguin el sumario «Ante la euforia de las fuerzas del Pacto, la izquierda abertzale advierte de la resaca», ya sabía que habían dado la orden de secuestrar a Miguel Ángel Blanco o fue, simplemente, fruto de su habilidad periodística para trasladar a los lectores el profundo cabreo y el desconcierto de los proetarras. Porque, en efecto, el sumario de marras, con esa advertencia de una mala resaca, resultó profético en extremo y, sobre todo, en un lapso de tiempo demasiado corto. Ortega Lara fue liberado el uno de julio de 1997 y el secuestro del concejal del PP en Ermua se llevó a cabo sólo nueve días después. Como el crimen ya ha prescrito, no corre riesgo de trena la diputada y, a efectos históricos, nos haría un favor. Si bien, debería ser un deber de todo periodista dar testimonio de los hechos de los que tenga conocimiento por razones profesionales, entiendo que la diputada Aizpurua guarde silencio sobre esa etapa de su vida chapoteada en tunta y sangre, de la que salió bastante bien librada, mientras que a su compañera de fatigas, Teresa Toda, le costó 10 años de cárcel, por recordar a una apreciada conocida de mi temprana juventud. Porque, retomando a Yoyes y su queja de la deshumanización que suponía el mito de ETA, la experiencia en el ejercicio del fascismo de la diputada Aizpurua, especialmente, en la parte que más importa, la del soporte propagandístico y la creación del lenguaje permeable a las masas, supondría una aportación fundamental para el conocimiento de unas nuevas generaciones que creen, ingenuas, que la democracia viene por añadidura.
No lo duden, la diputada Aizpurua es manual vivo de la gestación del fascismo y, con el cerebro algo más amueblado que el que tenían los jefes de la banda, podría cambiar la sensación de asco que provocan sus intervenciones parlamentarias por las virtudes de la docencia política. Una especie de esos antiguos alcohólicos o ludópatas que van dando ejemplo con su terrible experiencia a los escolares. Y, además, bien pagada.
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