Elecciones municipales

Colau paraliza Barcelona

La Razón
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Desde que Ada Colau llegó a la Alcaldía de Barcelona, el 13 de junio de 2015, ha quedado algo claro: ha puesto sus intereses personales y de partido –por este orden– por delante de los de la ciudad. No hay caso más paradigmático de político que ha utilizado la institución que encabeza como plataforma de su propia proyección, algo que, además, nunca ha ocultado: si la Ciudad Condal se le quedaba pequeña, siempre podría aspirar a presidir la Generalitat, incluso el Gobierno de España. En la espuma de su ascensión elucubró con encarnar un «poder popular» y ha acabado incumpliendo la mayoría de sus promesas, ahora bloqueadas por su aislamiento político. Llegó al gobierno de la ciudad tras ganar las municipales con una exigua mayoría, aupada por una versión hiperbólica del populismo e instrumentalizando sin el menor escrúpulo el sufrimiento de los que más han padecido la crisis. Sus primeros pasos fueron la aplicación de un programa ideológico de un izquierdismo insustancial (retirada del busto de Rey, querer cerrar los centros de internamiento de extranjeros, permitir la venta callejera sin control, patrocinar una campaña suicida contra el turismo, incluso poner en duda la rentabilidad del Mobile World Congress, al que ahora se ha rendido ante el riesgo de abandonar la ciudad...). El apoyo que encontró en el PSC, lo que le aseguraba una estabilidad para afrontar los grandes proyectos, lo rompió estrictamente por acercarse al independentismo y buscar un rédito electoral en estos sectores para afianzar su poder en Cataluña. El argumento esgrimido, como siempre, está fuera de las necesidades de la ciudad: los socialistas habían apoyado la aplicación del artículo 155. «Entre Barcelona y la independencia, ha escogido la independencia», dijeron sus ex socios. Como conclusión de esta irresponsable decisión, ayer perdió la cuestión de confianza a la que se había sometido en un pleno extraordinario para aprobar los presupuestos de 2018. Ha sido una derrota en toda regla, que agudiza aún más su soledad política: recibió el apoyo de los 11 miembros de su partido y 30 votos negativos. El paso lógico ante esta situación sería presentar la dimisión, pero se ve que sus estándares éticos no están al nivel que tanto ha pregonado. No sólo no ha hecho el amago, sino que ha retado con una soberbia que la define muy bien a la oposición a que presente un candidato. La conclusión de esta situación es que el gobierno de Barcelona está paralizado y sin perspectivas de desbloqueo. De nuevo, ha primado el cálculo político de Colau y de su partido Barcelona en Comú, que piensa en los equilibrios que debe hacer para recibir el apoyo de los independentistas (JxCat y ERC) a cambio de que su marca en el Parlament (CatComú-Podem) apoye a los separatistas en sus planes. Su posición de calculada equidistancia con el desafío soberanista ha acabado resultando un cerrado apoyo al independentismo. El voto a favor de que el Parlament lo presida un militante de ERC antes que Cs no deja la menor duda. En las elecciones autonómicas del pasado 21 de diciembre los de Colau perdieron dos diputados y se dejaron más de cuarenta mil votos. Sus perspectivas de crecimiento se han estancado y el declive en estos momentos es evidente, tendencia que comparte con Podemos. La inmadurez política de Colau ha quedado demostrada por la inconsistencia de su programa –ni siquiera ha cumplido con el plan de viviendas sociales que prometió– y su irresponsabilidad cuando se negó a seguir el consejo de los especialistas en antiterrorismo a poner bolardos en los lugares más concurridos de la ciudad. Su frívola política de escaparate ha permitido que Barcelona se sume a la parálisis general de Cataluña.