Bruselas

El desafío del terror islamista

Una de las consecuencias indeseadas de la llamada «Primavera árabe», pero perfectamente previsible, ha sido el fortalecimiento de los grupos integristas islámicos en el norte de África. El vacío de poder que supuso la caída del coronel Gadafi en Libia y la debilidad crónica de los estados del Sahel, con enormes extensiones desérticas incontroladas, conspirararon para facilitar a las organizaciones terroristas vinculadas a Al Qaeda y al yihadismo un nuevo santuario en la retaguardia del Magreb y, por lo tanto, en una zona estratégica extremadamente sensible para la Unión Europea. No es cuestión de negar que Bruselas, impelida sobre todo por Francia, era consciente de la necesidad de intervenir militarmente en la zona, en especial en el norte de Mali, convertido de facto en un califato islamista. Pero en lugar de reaccionar ante las primeras señales de peligro, optó por la llamada «vía africana», que pretendía responsabilizar a los países de la región en la restauración del orden internacional, limitando el apoyo occidental al campo del entrenamiento y la logística. Es evidente que la medida, respaldada por Naciones Unidas, adolecía de realismo político, porque ninguno de los países implicados, con la relativa excepción de Nigeria, tenía las capacidades militares requeridas. La derrota sin paliativos del Ejército maliense, que pretendió justificar su indecorosa fuga y abandono del frente con un golpe de Estado, retrata el desequilibrio de fuerzas que existía. Tampoco parece la mejor estrategia anunciar a los cuatro vientos la formación de un ejército multinacional africano, al que se debía dotar de casi todo, incluida la munición de boca, pero reconociendo que no podría operar hasta dentro de un año. Como era de esperar, los islamistas se adelantaron a la anunciada ofensiva y Francia tuvo que intervenir de urgencia para evitar que Mali cayera al completo en manos de los terroristas y se convirtiera en un nuevo Afganistán. El zarpazo terrorista sufrido en la planta de gas argelina de In Amenas, país en el que España tiene multimillonarios intereses con más de 220 empresas allí implantadas, demuestra con la fuerza de los hechos lo que supone la existencia de un «territorio liberado» islamista que, además, es el epicentro de las principales rutas de tráfico de drogas, armas, combatientes e inmigrantes irregulares con destino a Europa y Medio Oriente. Toca ahora apoyar a Francia y perseverar en la misión hasta que las fuerzas africanas puedan defenderse por sí mismas. Existe el respaldo de Naciones Unidas, con lo que no es cuestionable la legalidad de la intervención internacional. España ya ha anunciado su aquiescencia a la operación, en la que colaborará, tanto en el apoyo logístico como en la misión de entrenamiento y capacitación de las fuerzas regionales. Es mucho lo que se juega Europa.