Atenas

Europa, ante el terremoto griego

La rotunda victoria de Syriza en las elecciones de Grecia –aunque se ha quedado lejos de los resultados que obtuvo la izquierda socialista griega en 2009– supone un problema importante para el conjunto de la Unión Europea que, visto lo visto, debería llevar a algunos de sus dirigentes, como la alemana Angela Merkel, a preguntarse si la cura de austeridad y la inflexible disciplina fiscal que impusieron a los países necesitados de un rescate financiero no traerá mayores males a la salud del euro de los que quería evitar. Bruselas se halla ahora ante una disyuntiva difícil: aceptar las condiciones del que se ha convertido en presidente del Gobierno heleno, Alexis Tsipras, renegociando las condiciones del rescate y renunciando a recuperar buena parte de los 240.000 millones de euros prestados a Grecia; o mantenerse en la exigencia de su cumplimiento, una vez que parece claro que la hipotética salida del euro de la economía griega ya no tendría efectos cataclísmicos sobre el resto de los países de la eurozona. La elección del primer supuesto, con todas las cortinas de humo retóricas que se quiera levantar, supondría enviar un peligroso mensaje al resto de los movimientos populistas europeos, que preconizan el incumplimiento de los compromisos contraídos y la vuelta a la expansión del déficit público como la fórmula mágica –el «conjuro caribeño», en feliz expresión del presidente Mariano Rajoy– para recuperar los niveles de prosperidad perdidos con la crisis. Dejaría, además, en muy mal lugar a aquellos socios que, como España, han cumplido su parte de los acuerdos en condiciones muy difíciles y, con toda seguridad, acabaría con cualquier aspiración de conseguir la racionalización monetaria de la eurozona. Con el problema añadido de que tampoco serviría para sacar a Grecia de su actual postración. Basta una sucinta lectura de las propuestas electorales de Syriza, contenidas en el llamado «Programa de Salónica», para comprender que la sociedad griega, tras siete años de tribulaciones, ha dado su voto a un proyecto que, simplemente, no se puede aplicar mientras el país se mantenga en la órbita del euro. Es el riesgo del populismo, que lleva inherente la frustración de las expectativas que crea. Porque el coste de las promesas de Alexis Tsipras –desde la electricidad gratis a la reducción de impuestos, pasando por la condonación de hecho de la mayoría de los créditos hipotecarios– supondría seguir engordando la ya abultada deuda pública, hasta hacer inviable la economía del país. Ante el terremoto griego se debe hacer una última consideración de carácter interno: quienes minusvaloran el éxito de que España se salvara del rescate y consiguiera, con el esfuerzo propio, recuperar la senda del crecimiento, sólo tienen que mirar a Atenas.