Bruselas
Europa desdeña la tragedia
Mientras la Guardia Civil y la Gendarmería marroquí seguían rastreando las aguas próximas a Ceuta en busca de más cadáveres, la Delegación del Gobierno en la ciudad autónoma confirmaba nueve víctimas mortales entre los cuatrocientos subsaharianos que ayer trataron de forzar la frontera por medio de una avalancha coordinada. Cuatro de los muertos lo fueron por ahogamiento y el resto, por aplastamiento, todos en el lado marroquí. Tanto la Policía alauí como la Benemérita se vieron obligadas a emplear material antidisturbios ante la violencia desplegada por los inmigrantes, que utilizaron palos y piedras contra los piquetes de vigilancia en el paso fronterizo de El Tarajal y en la playa del mismo nombre. La tragedia, la más grave desde 2005, demuestra no sólo la desesperación de unos hombres y mujeres – más de un millar, según fuentes oficiales– atrapados desde hace meses frente a la valla de Ceuta, sino también que las mafias de la inmigración han desviado las rutas de paso hacia las ciudades españolas norteafricanas ante el refuerzo de la vigilancia marítima en la zona del Estrecho de Gibraltar, beneficiada por la colaboración de las autoridades de Marruecos, a las que hay que reconocer el cambio de actitud respecto a la inmigración ilegal que utiliza su país como tránsito a la UE. A nadie se le escapa que el fenómeno migratorio que afecta a Europa, especialmente a los países ribereños del Mediterráneo, va en aumento y seguirá creciendo mientras no cambien las condiciones políticas y sociales en los países emisores, en los que buena parte de la población vive sin perspectivas de futuro, bajo regímenes que no respetan los derechos humanos más básicos o están inmersos en la violencia sectaria. Estamos, pues, ante un fenómeno global que debe abordarse de manera conjunta. Hace ya demasiado tiempo que Bruselas anunció la creación de un organismo a nivel europeo, integrado y financiado por todos los países miembros, sin que nada práctico se haya llevado a cabo. Socios como España, Italia, Malta o Grecia, por citar a los más expuestos, lidian con el problema migratorio desasistidos del resto, sin que la repetición de las tragedias humanas arranquen más que discursos de buenas intenciones. Además, no se trata sólo de blindar las fronteras o de unificar los procedimientos de expulsión y repatriación de indocumentados, que también, sino que es preciso atacar las causas en su origen, por más utópico que pueda parecer. Y para ello hay que llevar a cabo una vigorosa política exterior comunitaria, coordinada en sus objetivos y que abandone la servidumbre a los intereses nacionales de las antiguas potencias coloniales. O se propicia el desarrollo social y la paz al sur del Sáhara y en Magreb, o seguirán viniendo incontenibles en busca de un futuro mejor.
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