Presidencia del Gobierno

La estabilidad de Rajoy frente al filibusterismo político

La Razón
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Lejos de triunfalismos, por más que la oposición se empeñe en dibujar su propia caricatura, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, hizo ayer un ejercicio de análisis político bastante ajustado a la realidad de un tiempo y un país que, no sin problemas, se halla en buenas condiciones para dejar atrás los años de la crisis y rehacerse con fuerzas renovadas. En este sentido, Rajoy no sólo puso de manifiesto las nuevas fortalezas de la economía española, convertida en una potencia exportadora, en la que se recuperan los índices de consumo interno, crece el PIB y desciende el desempleo, sino que planteó al resto de los partidos los muchos desafíos y tareas pendientes que hay que afrontar, entre las que no son menores la de conseguir la reducción del déficit público, mantener la creación de empleo, lograr la viabilidad del sistema de pensiones y preparar a los distintos sectores afectados para las consecuencias de la salida de la UE de Reino Unido, uno de nuestros principales mercados, donde las empresas españolas mantienen sustanciales inversiones. Es cierto que el presidente del Gobierno volvió a insistir en el relato de su primera legislatura, comenzada bajo los peores auspicios y terminada con la economía en franca recuperación, pero, cuando menos, habrá que reconocer que le asiste el mismo derecho a reivindicar sus éxitos, como a la oposición a olvidar sus errores. Ahora es fácil presumir de estar en la «centralidad del tablero», como hizo ayer el portavoz de la gestora socialista, Mario Jiménez, obviando el papel –éste sí central– del PSOE en los diez meses de bloqueo político, cuyas consecuencias, de no haber mediado la previsión del Gobierno –que aprobó los Presupuestos de 2016 entre las críticas feroces de todo los partidos de la oposición–, hubieran podido dar al traste con la recuperación. Mariano Rajoy, además, demostró que es perfectamente consciente de que gobierna en minoría y de que necesita el apoyo socialista –con Ciudadanos y Coalición Canaria no suma– o el del PNV para sacar adelante los Presupuestos del próximo año. En definitiva, ése fue el diagnóstico de las urnas, pero, de la misma manera que el Gobierno no puede pedir un cheque en blanco a la oposición socialista, ésta última debe ser igualmente consciente de su actual posición –85 escaños frente a los 137 del PP– y no llevar sus exigencias hasta donde no las han llevado los ciudadanos. La alternativa, pues, no puede ser un trágala al Gobierno, sino una negociación leal que tenga como objetivo los intereses generales y que, sobre todo, parta de los hechos y no de las interpretaciones demagógicas, tan caras a la izquierda radical, que describe la situación económica y social de España como si fuera la de Venezuela. Por supuesto, queda mucho camino por recorrer y mucho empleo por crear y mejorar, pero ni la Sanidad está destruida –todo lo contrario, es una de las mejores del mundo–, ni se han rebajado las pensiones, ni el hambre asola el país. Rajoy se mostró decidido a agotar la legislatura y en todo momento descartó una nueva convocatoria de elecciones –tal vez porque la mera insinuación sería recibida a modo de amenaza por unos partidos sumidos en graves disensiones intestinas–, pero, como también advirtió el presidente, el interés de los españoles se compadece mal con el filibusterismo político al que parece entregada la oposición en el Parlamento.