Brexit

La mentira del Brexit se hace realidad

Ya no hay margen ni para el humor británico: no es Europa la que está aislada por la niebla, sino el Reino Unido. La ceguera política de sus dirigentes, tanto conservadores como laboristas, es tan grande, ha sido tal su prepotencia antieuropeísta, que han llevado al país al peor de los escenarios: al temido Brexit salvaje. Nadie de los que tan alegremente votaron el 24 de junio de 2016 a favor de la salida de la Unión Europea –el 51,9 por ciento frente al 48,1 que quería la permanencia– imaginó que Gran Bretaña entrase en un limbo jurídico. Westminster rechazó ayer por tercera vez un plan de salida ordenado de la UE. El Acuerdo de Retirada fue rechazado por 344 diputados frente a 286. Una diferencia de 58 votos cuya consecuencia inmediata es demoledora: Reino Unido deberá abandonar la UE el próximo 12 de abril. La situación hoy es esa. Sólo hay una salida: que May consiga de la Unión una nueva prórroga. Este escenario ya estaba previsto y, aunque la gestión de la «premier» del Brexit dentro de su propio partido ha sido un desastre y pocos creen que pueda sumar más apoyos, en Bruselas siguen incrédulos ante la crisis desencadenada y lo que aún está por llegar: una salida sin acuerdo. Catorce días parecen insuficientes para poder dar una salida. La reacción inmediata ha sido la convocatoria de un Consejo Europeo para el 10 de abril, dos días antes de que se active el artículo 50 del Tratado de Lisboa que activa el abandono de un miembro comunitario. Bruselas ya tenía previsto la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la UE ante la posibilidad cada vez más real de que los Comunes volvieran a rechazar el plan de May. De no haber sido así, la prórroga hubiera sido lógica; en caso de voto negativo, como ha sido el caso, también se abría la posibilidad de habilitar un nuevo plazo, lo que supondría participar en la elecciones europeas del próximo 22 de mayo. Esta última posibilidad, en un momento de profunda división en la sociedad británica, agudizará aún más la crisis. El escenario de diputados a favor del Brexit sentados en Estrasburgo y poniendo en duda la eficacia de las instituciones europeas resultaría grotesco. Y peor aún: que Reino Unido disponga de un comisario, como sería el caso, es insostenible, teniendo en cuenta, además, que como Estado miembro todavía le corresponderá aportar 7.000 millones de euros. Como en una película de terror, Martin Selmayr, mano derecha de Jean-Claude Juncker, recordó que «el 12 de abril justo antes de la medianoche» tienen la última oportunidad. Ésta no es otra que Reino Unido opte por revocar unilateralmente la activación del artículo 50 del Tratado de la UE. La situación es tan caótica, que hasta a la peor salida se la considera ya una solución, que no hay tiempo que perder cuando de lo que se trata es de recomponer un país tras la salida de las instituciones comunitarias. Este mismo criterio es aplicable también a la UE. Ni la dimisión de May abriría una situación más favorable en lo que se refiere a aspectos como la unió aduanera –lo que ya provocó la dimisión del ministro para el Brexit–, Irlanda del Norte, Gibraltar y el control de las fronteras interiores. El argumento de que Europa supone el 44 por ciento de todas las ventas exteriores del Reino Unido ya no sirve de nada porque ya se puso encima de la mesa en los primeros pasos de las negociaciones, rechazado por los diputados en tres ocasiones. La irresponsabilidad de los políticos británicos es general, con un lamentable papel del laborista Jeremy Corbyn pidiendo ayer la dimisión de May cuando se está derrumbando la gran falacia sobre la que se montó el Brexit y su partido fue incapaz de frenar con argumentos veraces. Lo único positivo de este desastre es que la UE ha mantenido una unidad sin fisuras.