Crecimiento económico
La ocasión histórica de asegurar un ciclo de crecimiento y empleo
España lleva unos meses al frente en crecimiento de las economías de los países más avanzados. Ni siquiera la reciente ralentización de la actividad global, que ya se ha dejado sentir en algunos índices avanzados y en las previsiones de los organismos internacionales, ha alterado una dinámica asentada. Los datos hablan de una progresión que para sí quisiera la inmensa mayoría de los estados de nuestro entorno. Ayer, el último remarcó esa tendencia, y lo hizo incluso con una mejora sobre lo previsto. La economía española avanzó un 0,8% en el primer trimestre, una décima más de lo esperado por el Gobierno y el Banco de España, según Contabilidad Nacional. Creció un 3,4% en términos interanuales, el mejor dato de los últimos ocho años. Lo más relevante es que estamos inmersos en una dinámica positiva, con once trimestres seguidos de avances, a ritmos superiores al 3% en los últimos cuatro. En esta misma línea, el Gobierno aprobó ayer el Programa de Estabilidad y el Plan Nacional de Reformas, que se envían a la Comisión Europea y que, en líneas generales, apuntan que la economía mantendrá un ritmo de avance medio del 2,5% en los próximos cuatro años y que se crearán más de 1,8 millones de empleos, hasta alcanzar los 20 millones de ocupados en 2019, al tiempo que incluyen una propuesta para relajar la senda del déficit público tras la desviación del pasado ejercicio. Ayer mismo, el Ejecutivo aprobó el recorte de 2.000 millones de euros en gasto en 2016 para contener el desajuste. Hay que insistir las veces que sean necesarias en que este rebrote de la actividad, la buena marcha del sector exterior, la bajada del paro, la constatable mejora de la prosperidad y, en definitiva, el volteo de la situación general del país no han llegado por generación espontánea ni por un caprichoso avatar. En economía, especialmente, no existen los milagros, sino las políticas buenas o malas y sus consecuencias. El Gobierno de Rajoy eligió un rumbo complicado, exigente y con duros sacrificios para la sociedad. Para nada buenista, diametralmente opuesto al de la izquierda, pero imprescindible. Mezcló estabilidad política, reformas, rigor fiscal y sensatez política, y los efectos han sido los conocidos. Obviamente, e incidimos de nuevo en el mensaje, la tarea del Gobierno no ha concluido ni se han corregido todos los desequilibrios; tampoco el número de desempleados es el tolerable ni el país está a salvo de peligros económicos. De hecho, la incertidumbre política que atravesamos desde las elecciones del 20-D y que se prorrogará unos meses más no es el mejor de los escenarios. Y ese clima de interinidad, mezclado con el efecto distorsionador de los gobiernos de izquierda en un buen número de administraciones, se ha dejado sentir y no para bien. Hay elementos preocupantes en la actual coyuntura, como las alegrías en el gasto público de algunos territorios y su deslealtad fiscal para con el conjunto de la nación, que reclaman una mayoría compacta y firme que sea capaz de embridar las conductas que perjudican el interés colectivo. España tiene una oportunidad casi histórica para asegurar una suerte de ciclo virtuoso económico con altas tasas de crecimiento y creación de puestos de trabajo, generadores de bienestar y prosperidad. Llegados a este punto, en el tablero político, el PP ha demostrado su capacidad para gestionar y superar una crisis estructural, casi terminal, y para estimular el crecimiento. Y sigue en ello. Otros, los perdedores en las elecciones, ladean los problemas de la gente y se obcecan en la política alicorta y el tacticismo electoral.
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