Terrorismo
Memoria y dignidad por Miguel Ángel
Miguel Ángel Blanco tenía 29 años cuando ETA lo secuestró el 10 de julio de 1997. Cuarenta y ocho horas después, apareció herido de muerte en la localidad guipuzcoana de Lasarte. Los terroristas Francisco Javier García Gaztelu, alias «Txapote», Irantzu Gallastegui Sodupe, «Nora», y José Luis Geresta Mujika, «Oker» o «Ttotto», fueron los torturadores que le mantuvieron retenido y maniatado en algún lugar desconocido a sabiendas del trágico desenlace que le aguardaba. Gaztelu le disparó dos veces en la cabeza, mientras Geresta le forzaba a ponerse de rodillas con las manos atadas a la espalda. De una sociedad conmocionada, conmovida e indignada surgió el Espíritu de Ermua, un sentimiento colectivo prendido a un movimiento cívico absolutamente mayoritario en el país que sumó y unió a prácticamente toda la clase política del momento. Nada fue igual a partir del asesinato de Miguel Ángel. Aunque le seguirían más jornadas de luto y dolor, aquellos días terribles supusieron el principio del fin de la banda terrorista. Toca este breve recordatorio de los acontecimientos que se produjeron hace 22 años porque la huella de aquel espíritu recobrado, que nació de un ánimo roto y traumatizado por la atrocidad, es casi irreconocible en la España de hoy, la de la memoria histórica convertida en amnesia interesada sobre esta página luctuosa y reciente de la democracia. La derrota policial del terror es un hecho incuestionable, del que debemos enorgullecernos, además de celebrar y agradecer a sus responsables, no lo es la disolución ni la marginación del proyecto de ETA ni de sus jaleadores, promotores y autores, muchos de los cuales se sientan hoy en las instituciones y ocupan espacios de prestigio en los medios. Que existe una corriente compartida por el nacionalismo separatista y la izquierda en general por blanquear al brazo político de ETA es una realidad constatable. No ya sólo por la manipulación del pasado, o su relativización, que es peor, sino por la elaboración de un relato adulterado sobre cuatro décadas genocidas. Una narración tergiversada que asentar en el imaginario colectivo, en la que no hay verdugos ni víctimas, ni un proyecto de eliminación étnica y sistemática de los representantes de lo español por parte de terroristas vascos, un tiempo en el que todos tuvieron razones de peso para actuar como lo hicieron y en el que todos compartieron el sufrimiento. En ese marco de normalización del tiro de la nuca, el secuestro, la extorsión y la coacción es en el que se inscriben actos como que EH Bildu presida la nueva comisión de Derechos Humanos de las Juntas de Guipúzcoa, Otegi sea el hombre de paz y el héroe de la retirada estrella invitada de TVE o que se cuente con los batasunos para lograr investiduras. Es parte de ese guión inmoral y miserable el que la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, nos invite a asumir «con naturalidad» que no hay problema en hablar con EH Bildu porque «todos los escaños, tanto de parlamentos autonómicos como de las Cortes Generales son legales y legítimos». Es el marco mental de la política oportunista, indigna y desalmada que el PSOE abraza cuando se cuenta con los votos de esas manos manchadas de sangre para arrebatar Navarra a los constitucionalistas vencedores de las elecciones y urdir una moción de censura y una mayoría legislativa que refrende los decretos. Estamos seguros que las víctimas del terrorismo, incluidos los dirigentes y concejales socialistas, no entregaron sus vidas en sacrificio por la libertad y la democracia para que los asesinos y quienes aún hoy justifican la barbarie reciban el privilegio de la normalización del brazo de la equidistancia más ignominiosa. Las víctimas son y serán patrimonio de todos los españoles, el símbolo de un legado extraordinario de libertad y el recuerdo diario del deber de combatir el totalitarismo exterminador y de hacer justicia a los muertos y a los vivos.
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