Casa Real
Misión cumplida, gracias Majestad
En una ceremonia concisa y sobria, cargada sin embargo de honda emoción, el Rey Don Juan Carlos rubricó ayer en el Palacio Real, pasadas las seis de la tarde, su abdicación, que fue refrendada por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Un gesto mínimo del Monarca tras la firma, como fue ceder al Príncipe Don Felipe su propio sillón, bastó para simbolizar el traspaso de la Corona. La solemnidad y transcendencia del acto, al que asistieron los miembros de la Familia Real y en el que ocuparon un lugar preeminente entre los 150 invitados los presidentes del Congreso, del Senado, del Tribunal Constitucional y del Poder Judicial, no restó intensidad emocional a los gestos de sus dos protagonistas, que hicieron un visible esfuerzo para contener las lágrimas. El afectuoso beso de la Reina Doña Sofía a su marido, que fue seguido por los de las Infantas Leonor y Sofía, subrayaron la dimensión familiar que, además de la institucional, tuvo la ceremonia. De este modo, sobre los goznes de la Historia giraba la puerta que cierra uno de los reinados más fructíferos y conciliadores de cuantos ha tenido España, para abrir otro en el que los españoles han depositado sus mejores anhelos y sus esperanzas de futuro. Don Juan Carlos ha entregado a su hijo el testigo que tomó en sus manos hace casi 40 años en circunstancias excepcionales y muy alejadas de la normalidad institucional que ha rodeado, estas semanas, el proceso de abdicación. Ésta es, precisamente, una de las pruebas que con más elocuencia pueden definir su reinado: recibió una nación convulsa que carecía de libertades y la lega ahormada con sólidas instituciones democráticas que emanan de la Constitución y son las propias de un Estado de Derecho. Asumió una España aislada y poco relevante en el mundo libre y la deja como una pieza fundamental de la construcción de Europa y un aliado fiable en la escena internacional. Prometió ser el Rey de todos los españoles y ha cumplido fielmente su palabra. Es verdad que en la España de hoy abundan los motivos de preocupación, pero son muchas más las razones para el optimismo y para la fe en el futuro. Tal vez no se haya subrayado como merece el amplísimo consenso (84% del Congreso y 90% del Senado) que han concitado la decisión del Rey y, en consecuencia, la persona de su hijo para sucederle en la Jefatura del Estado. Que la sede de la soberanía nacional haya respaldado por mayoría abrumadora el relevo constituye el mejor broche del reinado de Don Juan Carlos y la demostración irrefutable de que la apuesta realizada por los españoles en 1978 fue la acertada y mantiene su plena vigencia. El Rey ha puesto punto final a una gran historia de éxito y lo hace con la lucidez generosa de quien ha dedicado toda su vida a un único objetivo: servir a España y a los españoles. «Todo por España», como proclamó su padre, el Conde de Barcelona, en ocasión de renunciar a sus derechos dinásticos. Ésa y sólo ésa ha sido su divisa. Resultaría ocioso reiterar en la hora de la despedida el caudaloso capital de méritos y aciertos que deja a sus espaldas. Son sobradamente conocidos y estos días han sido oportunamente glosados. Pero no se haría justicia completa a Don Juan Carlos si no se pusiera en valor la inteligencia, el tacto y la lealtad con la que siempre actuó en el desempeño de sus funciones. Ha sabido leer en todo momento los signos de los tiempos y lo que era mejor para su patria. Empezó por encabezar la transición de un régimen autoritario a otro democrático con las solas armas de la Ley. Logrado el objetivo de forma pacífica, renunció a los poderes que excepcionalmente ostentaba en aras de una Monarquía parlamentaria y con el propósito de reconciliar en la Corona a todos los españoles. Y desde entonces ejerció de manera impecable sus funciones de moderación y arbitraje, sin que nadie en ningún momento pueda acusarle de haber basculado hacia un lado u otro. Por si quedara alguna duda sobre la rectitud de su proceder y su entrega al servicio de los ciudadanos, el capítulo de su abdicación pasará a la Historia como uno de los más ejemplares de un monarca. Digno punto final a un reinado netamente positivo que deja entre nosotros la confirmación de una profunda certeza: que España es una gran nación por la que merece la pena luchar. Don Juan Carlos I puede proclamar, con toda justicia y con merecida satisfacción: «Misión cumplida». Gracias, Majestad.
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