Cataluña
No equivocarse de adversario
Por supuesto que, frente a la crudeza de los hechos, el Partido Popular debería abordar una profunda reflexión y revisión de su situación en Cataluña, pero ello no legitima la enésima reedición de la causa general contra el presidente del partido, Mariano Rajoy, mucho menos cuando los inquisidores, que siempre son los mismos, tienen mucho que explicar sobre un asunto al que no son ajenos en absoluto. Viene a cuento, especialmente, para el entorno del ex presidente del Gobierno, José María Aznar, cuyas decisiones en la política catalana, por más que vinieran condicionadas por su precaria mayoría y su dependencia del pujolismo, provocaron el desconcierto de muchos de los votantes y afiliados populares en Cataluña. Podemos entender, incluso, que José María Aznar se haya sentido fascinado por Inés Arrimadas, y que se vea en la necesidad de acudir en auxilio del vencedor. Pero, de la misma manera que sería erróneo tratar de minusvalorar la victoria de Ia candidata de Ciudadanos en las elecciones catalanas con el argumento de que carece de utilidad práctica, es igual de absurdo negar al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, su decisiva actuación frente a uno de los retos más graves que ha tenido que enfrentar la democracia española. Si en Cataluña Ciudadanos ha conseguido marcar distancia con respecto al resto de las formaciones constitucionalistas hasta convertirse en el partido más votado, ha sido por la combinación de dos factores: una muy buena candidata, con un discurso españolista directo, que, incluso, cuando el líder de su partido, Albert Rivera, se planteaba dudas sobre la aplicación del artículo 155, reclamaba la contundencia de la acción del Estado sobre el separatismo; y a la dinámica del voto útil, interiorizada por una buena parte de la sociedad catalana, urbana principalmente, gravemente alarmada por la deriva que habían tomado los separatistas y que se decantó por el partido que ya lideraba la oposición constitucionalista. No se trata de hacer una defensa ciega del actual presidente del Gobierno, pero sí de recordar a quienes han hecho del acoso y derribo de Mariano Rajoy una cuestión personal, que en todos los órdenes de la vida, pero especialmente en la política, lo fundamental es no equivocarse de adversario. Y mucho menos caer en las actitudes cainitas que tanto daño han hecho en épocas anteriores al centro derecha, cuya principal fortaleza en estos tiempos es, precisamente, su unidad. Porque, hoy –como antes fue la crisis económica o la conjunción potencialmente destructiva entre un populismo de izquierdas en alza y una socialdemocracia en baja, pero urgida de poder– el principal problema que afronta la sociedad española es la amenaza separatista de una parte de la Nación, que, aunque derrotada, proyecta su negra sombra sobre la estabilidad de España. Los verdaderos adversarios de todos los españoles son gentes, como Carles Puigdemont, que, con la construcción de un movimiento xenófobo y supremacista, no se paran en barras a la hora de procurar el mayor daño a la Nación, a las instituciones del Estado y a la convivencia de sus ciudadanos, ya sea aventando insidias en el extranjero, ya alentando el odio y la división entre la propia sociedad catalana. Pero, hoy, pese a que los independentistas pueden reeditar un problemático gobierno de la Generalitat, la prevalencia de la Ley en Cataluña ha quedado restablecida; la democracia restaurada y los responsables del inicuo intento secesionista emplazados ante la Justicia. Una parte del éxito, al menos, habrá que reconocerle a la actuación, medida y proporcionada, que no timorata, del hombre que está al frente del Gobierno de la Nación. Por cierto, el mismo que ya se enfrentó a la amenaza del rescate económico, a la inédita repetición de elecciones y a una moción de censura y al que siguen tachando de blando los que no tuvieron coraje para enfrentarse en su momento al separatismo.
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