PSOE
Pedro Sánchez ya es pasado, sólo le queda aceptarlo y dimitir
Hay, sin duda, mucho de la soberbia del perdedor en la reacción del secretario general socialista, Pedro Sánchez, ante la sexta derrota consecutiva del partido que dirige en una contienda electoral. Como si no pudiera aprehender la realidad de la situación y creyera que sólo él está en la virtud de las cosas y que todos los demás están equivocados. Pero los hechos, si prescindimos de ingredientes más cercanos a la psicología que a la ciencia política, dejan poco lugar a interpretaciones: desde que la actual dirección tomó el mando, el PSOE camina hacia la irrelevancia electoral. No sólo ha dejado de tener la menor influencia en la mayor parte de España, sino que allí donde retiene gobiernos autonómicos y ayuntamientos –con la notable excepción de Andalucía– depende de la voluntad de unos aliados que aspiran a sustituirle en el papel de referencia de la izquierda española y alternativa de Gobierno. El tiempo, pues, está dando la razón a quienes, desde dentro y fuera del Partido Socialista, advertían del error de dar carta de naturaleza política a la extrema izquierda populista, abriéndole las puertas de las principales ciudades españolas. Si Podemos se ha convertido en una alternativa viable es, cierto, porque medró en el caldo de cultivo de la crisis económica –que en su dureza llenó de angustia y desesperanza a miles de hogares españoles–, pero también porque los actuales dirigentes del Partido Socialista cayeron en la trampa demagógica de los profetas del catastrofismo y los vendedores de soluciones fáciles, olvidando las responsabilidades de una formación que se reivindicaba como miembro de la moderna socialdemocracia europea. Si todavía el PSOE no ha sido completamente barrido de la escena pública, como le sucedió al PASOK griego, es porque muchos de sus dirigentes regionales se mantienen en la racionalidad y en la moderación, y retienen al votante socialista más tradicional. También, dicho sea de paso, porque la nefasta gestión municipal de los adalides de la izquierda radical ha devuelto a la abstención a muchos incautos que fueron atraídos por los cantos de sirena de la «nueva política». No en vano, pocas veces se ha dado tanto consenso público en España sobre la gravedad de la crisis que atraviesa el PSOE y sobre la necesidad de un cambio de rumbo que lo aleje de la radicalidad del discurso y lo devuelva a la senda de un partido homologable con el resto de las izquierdas occidentales. Y, por supuesto, ese mismo consenso general opera cuando se trata de la figura de su secretario general y de la inevitabilidad de su renuncia al liderazgo del PSOE. Hoy, Pedro Sánchez representa el mayor obstáculo para la recuperación de su partido, que necesita sobre todo abordar, desde la calma y la unidad, un periodo de reflexión y de recomposición ideológica, pero también representa un peligro para la estabilidad política e institucional de España, sometida a un bloqueo inicuo que perjudica los intereses generales de los ciudadanos. Se justifica Pedro Sánchez en que el PSOE «no puede tener una posición subalterna» al PP cuando, precisamente, es en la oposición donde le han colocado democrática y reiteradamente los españoles. Puede, por supuesto, tirar de las viejas fórmulas del peronismo y forzar la mano sobre su partido –y, de paso, sobre la gobernabilidad del país–, para mantenerse en el cargo. Pero sólo aplazará lo inevitable porque su tiempo ya ha pasado.
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