Comunidad de Madrid
Podemos pone en riesgo a Sánchez
Podemos llegó para regenerar la política española aupado por el movimiento del 15M. Vinieron para quedarse, según se decía hace tan solo cinco años, y así parece ser, aunque de aquel grupo de jóvenes activistas queda muy poco y sí mucho de la peor expresión de las guerras fratricidas tan clásicas en la izquierda. La nueva política que anunciaban ha quedado arrasada, exhibiendo los dirigentes de Podemos los tics sectarios de los viejos partidos comunistas de los años 30: jerarquizados, disciplinados e incapaces de aceptar la menor disensión. En muy poco tiempo pasaron de quererse abrir un hueco en el mapa parlamentario que diera expresión al descontento producido por la crisis, ayudados por una corriente social entusiasta, a aspirar a alcanzar el poder bajo una estrategia fría y oportunista diseñada por una vanguardia a la manera leninista, con reparto de carteras ministeriales incluido. La deserción de la disciplina de partido del segundo de la formación, Íñigo Errejón, ahora ya definitiva con el anuncio por cuenta propia de su alianza con Manuela Carmena en un nuevo movimiento –partido o plataforma–, Más Madrid, al margen de Podemos, es un paso sin retorno en su ruptura con la formación que fundó junto a Pablo Iglesias. Ayer entregó el acta de diputado. El desencuentro viene de lejos y, al margen de aspectos personales insoslayables entre dos líderes hechos desde la más tierna juventud, el único dato objetivo que podemos manejar es que ambos dirigentes aspiran a alcanzar el mismo poder. Aunque Iglesias y Errejón han sido presentados poco menos que como dos genios de la política, en la degeneración de la organización que fundaron de la nada hay pruebas de una enorme inmadurez y mucho personalismo. El resultado de las elecciones andaluzas, que ha permitido un gobierno del PP con Cs –y el apoyo en la investidura de Vox– y la caída del PSOE y de la marca andaluza de Podemos están entre las razones que han motivado a Errejón a dar este paso ante la perspectiva de una derrota en la Comunidad de Madrid, lo que pondría muy difícil su futuro político, según se lo había planificado Iglesias. Pero, además, hay unas consecuencias políticas a mayor escala: como se ha visto en Andalucía, no hay una traspaso mecánico de votos de Podemos al PSOE, lo que adelanta una bajada de las expectativas electorales de la izquierda, que puede ser superada por el centroderecha. Nada indica que los socialistas puedan recuperar el voto que captó Podemos. No es un dato menor para un gobierno tan débil como el de Pedro Sánchez, cuyo socio principal está embarcado en una pelea sin cuartel y la perspectiva cada vez más real de una escisión. El poder acumulado por la actual dirección de Podemos, concentrada absolutamente en Pablo Iglesias e Irene Montero –y la vigilancia de un implacable comisario político como Pablo Echenique– lo es más dentro de la propia organización que en el control real sobre las «confluencias» territoriales, que han hecho valer su autonomía de la dirección central, al punto de no ir con la marca morada porque no es garantía de sumar votos. La disputa clásica dentro de la izquierda siempre se ha producido entre los que buscaban una vía más abierta a la sociedad y pragmática y los valedores de las esencias revolucionarias que priman el partido y la organización. Errejón hace amagos de encarnar el perfil socialdemócrata clásico consciente de que el «asaltar los cielos» era un exceso del folclore bolivariano que él mismo importó, el mismo que hace unas semanas decía que en Venezuela se «respetan las libertades» y «la gente hace tres comidas al día». Sobre todos sus votantes esperaban mucho más de aquellos que les vendieron la regeneración política de España.
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