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Atenas

Precipicio populista

La Razón
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La victoria de Syriza en Grecia ha provocado graves tensiones en la Unión, que se recondujeron el viernes con la decisión de Atenas de aceptar una prórroga del rescate de cuatro meses a cambio de más reformas, que tendrán que ser analizadas y aprobadas como condición para que la asistencia financiera continúe. El verbo desafiante de Tsipras y Varufakis fue atropellado por la realidad de un país inviable sin el socorro de los socios comunitarios. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, lo expresó ayer de forma aleccionadora: «Gobernar es una cita con la realidad y el encuentro con la realidad es siempre muy duro». Y lo es más todavía cuando el gobernante de turno, en este caso los responsables de Syriza, embaucaron a una mayoría social desesperada con una monumental fábula y prometieron lo que no podían dar. El populismo es un cóctel político de efectos secundarios letales para cualquier sociedad que se relacione de forma acrítica con él. Los griegos lo han comenzado a sufrir ya y su horizonte no resulta esperanzador. Los índices helenos con Syriza rayan lo pavoroso: subidas de la prima de riesgo y del bono, caída de la bolsa, fuga de capitales, bajada de la recaudación del Estado... Obviamente, Grecia no es España, pero el populismo sí ha hallado entre nosotros un caldo de cultivo en el que medrar. En este sentido, el ejemplo heleno nos está aportando respuestas que deberíamos anotar e interiorizar como sociedad ante lo que se nos viene encima en los próximos meses. Pese a los discursos catastrofistas de la izquierda, hay un consenso general sobre que España está dejando atrás la crisis y que nuestra economía lidera el crecimiento europeo. Ésa es una realidad que ha sido posible gracias a unas políticas económicas concretas que son la antítesis de los cantos de sirena de la izquierda extrema. Con las recetas frívolas de Podemos, de gasto y más gasto y de incumplimientos de los compromisos, por ejemplo, el escenario español tendería a converger con el griego, y nuestros sacrificios como país no habrían hecho más que comenzar. España, los españoles, hemos cumplido con los deberes que otros han eludido, porque asumimos que no había atajos para superar la crisis. En la izquierda española y europea se clama hoy contra la austeridad, pero ésta, bien entendida y ejecutada, no es más que orden, control y responsabilidad frente a la desmesura y el derroche. Las economías equilibradas, saneadas y competitivas son las que encabezan hoy el crecimiento en la UE, frente a los que todavía malviven de las rentas y tienen pendientes la asignatura de las reformas y el rigor. La democracia se alimenta de la alternancia política, pero alternancia entre aquellos que creen en ella, no entre quienes la instrumentalizan para socavar sus principios. Conviene no olvidarlo si no queremos tener que aprender una amarga lección al depositar nuestras libertades en manos de quienes no lo merecen.