Bruselas
Primeras lecciones escocesas
Hoy se pone en juego mucho más que la permanencia de Escocia en el Reino Unido. Un resultado del referéndum favorable a la secesión escocesa supondría la mayor prueba de fuego para la Unión Europea –«un torpedo en la línea de flotación», por utilizar las palabras de Rajoy, ayer en el Congreso– desde su fundación. Sin contar con experiencia previa, puesto que la historia de la UE ha sido la de un proceso de unidad en constante expansión, Bruselas, entendida como el conjunto de la Europa comunitaria, deberá reaccionar con firmeza y sin fisuras para minimizar los daños y, sobre todo, evitar influencias indeseables en otras regiones de la Unión, más sensibles a la tentación separatista cuanto más profundos son los efectos de la larga crisis económica, que ha sacudido los cimientos del Estado del Bienestar. Sin embargo, ya es posible extraer varias lecciones positivas del envite escocés, más allá del resultado que arrojen las urnas. La primera de todas es la constatación del error cometido por el primer ministro británico, David Cameron, al ceder todos los resortes de la organización de la consulta a los nacionalistas, desde la ingenua convicción de que éstos mantendrían la debida neutralidad institucional. Hoy, cuando los últimos sondeos pre electorales sólo acusan una pequeña ventaja en favor del «no», se revela en toda su extensión la arbitrariedad que ha supuesto excluir de las urnas a los escoceses que residen fuera de Escocia, mientras que se reconoce el derecho al voto a los ciudadanos extranjeros censados en la región. Sobre un censo de 4,3 millones de electores, los escoceses «expatriados» suponen un millón de personas, trescientas mil de ellas radicadas en Londres, a las que los nacionalistas suponían más proclives a mantener la unión y que no podrán decidir sobre el futuro de su propio país. Pero hay una segunda lección, más importante si cabe, que nos dice que nunca hay que resignarse ante el discurso nacionalista y sus sofismas. La reacción de los tres grandes partidos políticos británicos, comprometidos en la defensa del Reino Unido por encima de diferencias ideológicas, ha conseguido transmitir a los escoceses partidarios de la unidad el respaldo del conjunto de la nación, trasladándoles el mensaje nítido de que no están solos ni han sido abandonados a su suerte. Y una última conclusión. Frente al nacionalismo hay que expresarse con claridad y explicar sin concesión populista alguna las consecuencias que conlleva la ruptura de una nación que se ha construido a lo largo de siglos, imbricando profundamente a la sociedad. Proclamar, como han hecho Londres y Bruselas, la verdad de que una Escocia independiente quedaría a su suerte, fuera de la UE y sin el apoyo financiero internacional, ha sido el mejor servicio que se podía prestar a los escoceses.
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