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Sectarismo contra la Fiesta

La Razón
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Si estuviéramos hablando de la defensa de los animales y del medio ambiente, habría, no cabe duda, espacio para la argumentación y el contraste de pareceres, aunque sólo fuera porque la Fiesta Nacional, las corridas de toros, ha propiciado con su mera existencia la conservación de amplios espacios naturales en la Península Ibérica que, de otra forma, hubieran desaparecido bajo los cultivos intensivos o el cemento. Pero en la ofensiva contra uno de los símbolos españoles por antonomasia, el toro de lidia, no hay que buscar otras motivaciones que la demonización por parte de los separatismos y de las izquierdas populistas de viejo cuño de una expresión cultural y artística milenaria y, por lo tanto, profundamente enraizada con las tradiciones populares y lo español, que desde esas posiciones sectarias y guerracivilistas se vinculan absurdamente al conservadurismo. Nada pueden oponer a esta aseveración los mismos que prohibieron la Fiesta en San Sebastián pero la mantienen en Pamplona o en Azcoitia, como han hecho los proetarras de Bildu, o los que acabaron con ella en Cataluña pero conservan otros espectáculos como los «bous al carrer». Incoherencias palmarias contra las que, como advertimos al principio, es imposible debatir racionalmente. La ofensiva antitaurina está ganando intensidad en aquellas localidades donde las distintas marcas asociadas a Podemos han obtenido representación suficente para influir en la política cultural. No se trata sólo de la simple y pura prohibición –cuya legalidad en el caso de Cataluña todavía está a expensas de la decisión del Tribunal Constitucional–, sino de interponer trabas administrativas o retirar subvenciones públicas sin las que, en muchos casos, no es posible afrontar económicamente la celebración de los festejos. Se incide así, directamente, en la base que sustenta la tauromaquia: el entramado de novilladas y corridas en las plazas de segunda y tercera categoría. Esta agresión a la Cultura española y a la libre elección de los ciudadanos, «la más grave desde la Transición», en palabras del académico y poeta Pere Gimferrer, debería haber tenido una respuesta institucional al más alto nivel, aun cuando entendemos que el sistema autonómico complica la adopción de una norma general. No ha ocurrido así en Francia, donde la Fiesta ha sido blindada por el Gobierno como patrimonio cultural inmaterial y donde cada temporada goza de mejor salud. Una garantía de futuro, porque el toro de lidia, uno de los animales más formidables que ha dado la naturaleza y que, sin duda, se habría extinguido de no haber mediado la tauromaquia, no es algo que pueda improvisarse con ejemplares conservados en los zoos. El día que desaparezca, lo hará para siempre.