Benedicto XVI

Un buen comienzo exterior

El hecho de que la primera visita oficial de los Reyes Don Felipe y Doña Letizia al extranjero haya sido a Su Santidad el Papa no debe verse como algo atípico o ajeno a la tradición diplomática española, sino como la expresión natural de una nación de hondas y antiguas relaciones con la Santa Sede y que, si bien es constitucionalmente aconfesional, no puede ignorar que casi el 80% de sus ciudadanos se declara católico. Conviene tener presente que precisamente la Constitución, en su artículo 15, establece que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica». Frente a quienes con pasmosa frivolidad propugnan la ruptura de los Acuerdos Iglesia-Estado, como si se tratara de unos convenios mercantiles sujetos a disputa arancelaria, habrá que recordarles que gracias a ellos el Estado se ahorra al año, sólo en puestos escolares, más de 3.600 millones de euros, además de otras «inversiones» como haber atendido en 2013 a más de tres millones y medio de personas en los 8.130 centros asistenciales católicos. Baste añadir que la Iglesia repartió el año pasado casi dos millones y medio de comidas a parados y necesitados. Nada más congruente, por tanto, que en reconocimiento a esta ingente labor al servicio de la sociedad española, el nuevo Jefe del Estado inicie su andadura diplomática con una visita al Pontífice. En este caso, además, se trata del carismático Francisco, cuyos lazos con España vienen de su etapa de formación como jesuita y que es la expresión fidedigna de cómo la evangelización de América impulsada por la Corona española floreció en la Iglesia más pujante del catolicismo. Todavía hoy, unos diez mil misioneros españoles trabajan en el continente iberoamericano, la mayoría de ellos con los más pobres y abandonados. Junto a los 4.000 que hay esparcidos por África, Europa y Asia, estos religiosos constituyen la principal expresión de la solidaridad que pueda exhibir la Marca España. Tanto más motivo para que Don Felipe asuma orgulloso su representación en el extranjero, empezando por el Vaticano. La cooperación y el buen entendimiento entre el Estado y la Santa Sede son un activo de suma importancia para la convivencia que debe cuidarse con esmero. Así lo han entendido los distintos gobiernos de la democracia, empezando por los socialistas, que han observado en todo momento un escrupuloso respeto al ámbito de actuación que es específico de la Iglesia. No hay razones para que no siga siendo así en los próximos años. El gesto de los Reyes va más allá de los usos diplomáticos porque simboliza la cercanía de la Corona con la fe mayoritaria de los españoles y pone en valor, precisamente, la incardinación de la Iglesia en el tejido de la nación.