Francia
Una cuestión de libertad, pero de libertad real, y de dignidad
La polémica que ha rodeado este verano el uso del «burkini» en algunas playas galas vivió ayer un episodio relevante con la decisión del Consejo de Estado francés, la máxima instancia administrativa del país, de suspender el decreto municipal de Villeneuve Loubet, en la Costa Azul, que prohibía ese bañador islámico que cubre totalmente el cuerpo de la mujer y toda prenda que «no se ajuste a las buenas costumbres y al laicismo». El fallo puede sentar jurisprudencia en la treintena de localidades, incluidas Cannes o Niza, que habían dado luz verde a decretos similares para vetar la polémica indumentaria. El argumento principal del Consejo de Estado fue que no se pueden restringir las libertades a menos que se demuestre que esté amenazado el orden público, lo que, según algunas versiones, podría dejar abierta la posibilidad de que las alcaldías mantengan sus restricciones. En cualquier caso, lo cierto es que quienes interpretan que el uso del «burkini» es únicamente un asunto que compete al orden de la libertad individual, en este caso de la mujer, ganaron ayer una batalla que refrendó de alguna forma sus postulados. Habrá que ver si el dictamen amaina un tanto una tormenta que había dividido incluso al Gobierno galo, con posiciones como la del primer ministro, Manuel Valls, que respaldaba el veto, y la de la titular de Educación, Najat Vallaud-Belkacem, que consideraba que la prohibición de ese bañador suponía «una deriva peligrosa para la cohesión nacional». Sea como fuere, entendemos que la polémica no puede reducirse sólo a un acto de libertad individual sin tener en cuenta los notables matices y los condicionantes que ese principio tiene en determinadas sociedades y comunidades islámicas con influencias extremistas crecientes. ¿La libertad que se puede disfrutar en Francia es la misma que la que existe, por ejemplo, en Arabia Saudí o en Irán? ¿El grado de tolerancia o de comprensión e incluso de respeto a la libre decisión de las mujeres es también equiparable? ¿Podrían bañarse las mujeres que así lo desearan en bikini o bañador en las playas o piscinas de las teocracias? Evidentemente, no. Por tanto, es comprensible que un tribunal o un órgano administrativo en Europa se ciña en sus decisiones al marco de los derechos y libertades occidentales y adopte sus acuerdos en aplicación de un cuerpo legal concreto, pero la resolución de la controversia estaría condicionada a una visión de parte y no global. Debemos partir de la premisa de que el «burkini» en buena parte del mundo, y puede que también en Francia, no es una elección, sino que es una imposición porque la mujer no es libre por la asfixiante presión a la que es sometida por las propias familias y las sociedades. Desde ese punto de vista, el uso de la prenda de baño islámica está más cerca de ser un retroceso y también una degradación para la mujer que otra cosa. En estos casos, mayoritarios, el debate sobre el ejercicio de la libertad está contaminado por un clima de coacción en el entorno y, desde ese punto de vista, hay que hablar de una libertad restringida o directamente falsa. Insistimos: la realidad es que el «burkini» podrá utilizarse libremente en Francia, pero no así el bikini en las sociedades islámicas. La decisión del Consejo de Estado galo puede que haga que algunas mujeres se sientan más libres, pero no insuflará dignidad allí donde realmente se necesita.
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