Aunque moleste
Elecciones con mate amargo
Algunos argentinos ven hoy en España el principio del declive en que han acabado cayendo ellos
No es de extrañar que Yolanda y las belarras den palmas con las orejas por la victoria en primera vuelta del peronista Massa en las elecciones del pasado domingo en Argentina. Sergio Massa, actual ministro de Economía de Alberto Fernández, es heredero de Cristina y Néstor Kirchner en Argentina, régimen que acumula casos de corrupción y ha llevado el país al abismo de la deuda pública, con una galopante inflación del 138 por ciento y un índice de pobreza por encima del 40. Massa dice que tiene un proyecto propio, pero en realidad su plan es ahondar en lo mismo: mantener a la inmensa mayoría de la población esclavizada bajo subsidios de miseria, subvenciones para los colectivos progres y persecución impositiva a empresas y familias, motivo por el que crece y crece la diáspora argentina.
Tal vez por eso la primavera bonaerense tiene estos días aroma otoñal. El efluvio de los cafés antiguos de la Avenida de Mayo. El viejo Tortoni donde se impone el mate amargo para sobrellevar el resultado de estas elecciones agrias en las que, en primera tanda, el peronismo massiano se ha impuesto al populismo mileiano. Lo malo contra lo peor o lo peor contra lo malo. Muchos argentinos se dejan llevar por la melancolía del mate y se preguntan cómo pudimos llegar hasta aquí, después de haber sido una economía puntera en América y el mundo. Pues así es. El problema es que frente al más-de-lo-mismo peronista (subvenciones, subsidios, gasto público, inflación y miseria), Milei promete una revolución libertaria que destruirá el peso para adoptar el dólar, dinamitando el Banco Central. Algunas propuestas de este predicador digital podrían sonar bien, pero el personaje las dice mal, con un tono soez y agresivo, con excesos verbales y coletillas tipo Pablo Iglesias. Como lo de llamar «casta» a la clase política o «maligno» al Papa. No le faltan razones para decir lo que dice, sólo que lo expresa con tanto exceso que incluso asusta a la derecha liberal. Quizás porque Milei no se define ni de derechas ni de nada. Anarco-capitalista, en todo caso: conspiranoico, negacionista, partidario de portar armas, de voltear la economía y derribar mitos. Su principal escudo, la verborrea arrabalera, puede ser también su mayor enemigo. Tal vez por eso ejerció de moderado en los últimos debates televisivos. Moderación impostada que, a la postre, quizás le perjudicó. En gran medida Milei, como Bolsonaro, Trump, Chávez o Iglesias, es lo que es por lo que dice y cómo lo dice. Gritando, insultando, zahiriendo, con ese estilo bronco suburbial que le caracteriza. Estos personajes, si se moderan, como parece ser el caso de Meloni en Italia, dejan de ser atractivos y pierden seguidores sin parar.
Sostienen algunos argentinos, en esta resaca de milongas, que cuando ponen la lupa en España ven el principio del declive en que han acabado cayendo ellos. Lo peor es que lo dicen igual los hermanos venezolanos. Como vivieron aquellos tiempos, saben bien cómo empezaron. Deuda, gasto público, el país funcionarizado y subvencionado, control del poder judicial y de la media, retorcimiento legislativo y mutación constitucional. Si no fuera porque aquí tenemos el paraguas de la UE, uno diría que es un análisis certero. El problema es cuando hasta Europa empieza a decepcionar.
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