
El buen salvaje
El escándalo PP
Es momento de bailar y el PP es ese tímido del borde de la pista, que mueve los pies con torpeza exquisita y que cuando acaba la noche aún no ha consumado.
Una de las claves del marketing político es que sea inaccesible para el resto de los mortales, una especie de manuscrito ignoto. La preparación del cónclave del PP nos muestra hasta qué punto puede llegar la estupidez humana, pues en un momento en el que salimos a escándalo por día, hay hueco en la prensa para algún iluminado popular que en términos de eficacia hace bueno a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno pace tranquilo, dentro de lo que cabe, porque su parroquia se lo perdona todo con tal de que la «ultraderecha» no toque poder.
Los populares no necesitan una ponencia política o un rearme ideológico sino derribar un relato. Ha de convencer a millones de terraplanistas de que la Tierra es redonda. Cuando una idea, por muy loca que sea, arraiga en el imaginario popular, es muy difícil arrancar la hierba que ha sido primorosamente regada por la propia ultraderecha y por los agitadores políticos de la izquierda, que parecen más pistoleros a sueldo de una mentira que adalides de una verdad revelada por el circo progre.
Lo que ocurre, y el que no lo vea morirá de ceguera, es que la mitad de los electores sienten al Partido Popular como una amenaza, aunque Feijóo no tenga la piel naranja, y no como una salvación. Entonces, por más que el Gobierno y el PSOE naden entre la podredumbre y la cloaca, no habrá escándalo que mueva el voto de ese bloque que piensa que el PP es la parte demoníaca del «El jardín de las delicias».
Media España ha comprado que existe una persecución a un Gobierno legítimo. Es esa idea la que hay que derribar y no hacer unos ejercicios espirituales o unos coros y danzas. Para muchos, David Azagra fue un cuerpo al que aferrarse por su conexión con su hermano. Lo dice Nacho Duato, amigo de David, en su regreso a España: «Al Gobierno no le interesa la danza», pero es momento de bailar y el PP es ese tímido del borde de la pista, que mueve los pies con torpeza exquisita y que cuando acaba la noche aún no ha consumado.
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