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España: tres décadas de estancamiento salarial

No hay una maldición bíblica que nos condene al estancamiento: hay decisiones de política económica equivocadas

En una economía sana, los salarios reales –esto es, descontando la inflación– tienden a crecer con el tiempo. Así ha sucedido en la mayoría de países desarrollados durante las últimas tres décadas: en Lituania se han cuadruplicado; en Corea del Sur han subido un 65%; en EE.UU. y Nueva Zelanda, casi un 50%. El promedio de los países de la OCDE se sitúa en el 31%, lo que equivale a un crecimiento del 0,9% anual.

Sin embargo, hay una minoría de países donde los salarios reales apenas han mejorado o, directamente, han retrocedido. Es el caso de México, Japón, Italia… y, por supuesto, España. En nuestro país, los salarios reales han crecido tan solo un 2,7% en treinta años: una media inferior al 0,1% anual. A todos los efectos, los sueldos en España llevan tres décadas estancados.

Este estancamiento no es incompatible con que una persona progrese salarialmente a lo largo de su vida: si los jóvenes ganan 10 y los mayores ganan 20, y esa relación se mantiene inalterada durante décadas, entonces los trabajadores pueden prosperar salarialmente a lo largo de sus vidas con una estructura salarial estancada. Pero sí significa que los estándares de vida globales del país no mejoran.

¿A qué se debe este anómalo estancamiento en un país desarrollado? Fundamentalmente, a la parálisis de la productividad. Y esta tiene múltiples causas. La primera, la burbuja inmobiliaria, que dirigió recursos hacia sectores de muy baja productividad, como la construcción, y que luego forzó a las empresas a desapalancarse en lugar de invertir.

La segunda, la escasa incorporación de nuevas tecnologías en nuestras empresas, a menudo protegidas de la competencia por regulaciones estatales. Y la tercera, un masivo influjo migratorio de baja cualificación, que ha desplazado el modelo productivo hacia actividades intensivas en trabajo barato.

Mientras no cambie este marco institucional, fiscal y regulatorio, España seguirá atrapada en un modelo de bajo valor añadido.

No hay una maldición bíblica que nos condene al estancamiento: hay decisiones de política económica equivocadas que han favorecido al Estado y a sus oligarquías afines en lugar de apostar por una economía abierta, competitiva e intensiva en capital humano y tecnológico. Si queremos que los salarios reales dejen de estar congelados, el cambio debe empezar por ahí.