Tribuna
En este mundo traidor... nada es verdad ni nada es mentira
Para cualquier individuo dotado de un mínimo de rigor y de respeto a su propio voto este mercadeo de escaños es inaceptable
La convocatoria de Elecciones Generales un 23J, uno de los días más insoportablemente calurosos del año, nos sorprendió y contrarió a todos, incluida a Angels Barceló. Muchos no pudimos contener la sospecha –conociendo al ínclito residente en La Moncloa– de que «algo estaría tramando», porque hay que reconocerle una inusual habilidad para la improvisación, incluida la aportación de datos falsos sobre la marcha, o el recurso a toda posible estrategia para desviar la atención de cualquier suceso que contraríe sus propósitos o dañe su preciada imagen.
A lo largo de la campaña, y particularmente los días más próximos, incluido el mismo día 23, se fueron sucediendo episodios inusuales: la denuncia de Embajadas y Consulados de que sólo había papeletas del PSOE para el voto de españoles residentes en el extranjero; un incendio todavía sin aclarar en la vías de los trenes de Alta Velocidad Valencia–Madrid; el rey de Marruecos animando al voto socialista a sus numerosos compatriotas residentes en España; o el sobrecogedor atasco en Correos del «voto por correo», que pareció resolverse cuando se prohibió a CCOO hacer declaraciones, pero la realidad es que impidió votar, por no estar en esas fechas en su domicilio, a un número no cuantificado de ciudadanos; o la ausencia de custodia policial de los sacos con votos recibidos, antes de ser entregados en las correspondientes mesas. No me resisto a dejar constancia explícita de la insólita seguridad con la que Sánchez aseguró que iba «a ganar las elecciones», mientras todas las encuestas le eran contrarias y los recientes resultados de las Municipales le habían supuesto un varapalo incuestionable. Es cierto, que todos estos «contratiempos-intromisiones-errores u omisiones» que he enumerado parecen afectar a un número irrelevante de ciudadanos, motivo por lo que no son el objeto de estas líneas, pero sí contribuyen al clima de desconfianza, desazón e impotencia que se ha establecido en una gran mayoría de españoles.
Si a estos precedentes al 23J le unimos lo que está ocurriendo después del recuento «final» de votos la situación es de «aurora boreal» para el ciudadano de a pie, que somos casi todos. Estamos asistiendo a un tráfico de escaños del PSOE, cuatro a Junts para que tenga grupo propio en el Congreso. Del mismo modo, el PSOE ha cedido senadores a Junts y PNV para que lo tengan en el Senado. Para cualquier individuo dotado de un mínimo de rigor y de respeto a su propio voto este mercadeo de escaños es inaceptable y pone de manifiesto una absoluta utilización del voto y un fraude para su «sufrido y poco respetado» electorado. Ciertamente –y, dicho sea de paso– «el voto cautivo» de que goza el PSOE, hagan lo que hagan, digan lo que digan, es una lacra no menor para la salud de nuestra democracia.
En síntesis, las cuestiones de fondo del mencionado malestar ciudadano quizá podrían resumiese en dos: 1) la constatación de la ausencia de límites éticos o jurídicos por parte del presidente Sánchez que está llevando a la deconstrucción institucional del Estado a una vertiginosa velocidad y al permanente atropello de los valores más sólidos (que no «ideología») de nuestra nación, utilizando la mentira como «modus operandi»; y 2) la experiencia constatada de que todos los partidos políticos, con honrosas excepciones, parecen haberse convertido en «empresas de contratación de amiguetes», que incurren en «errores de bulto» por su incompetencia o por la falta de solidez en sus convicciones, si las tuvieran.
En este contexto, se hace inevitable que resuene en lo más hondo del corazón aquella queja de Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor nada es verdad, ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira», que algunos han malinterpretado por considerar que para el poeta no había una verdad, una realidad objetiva que deba ser respetada. Al contrario, Campoamor reprochaba esa falta de discernimiento entre verdad o mentira, que inevitablemente aboca a «un mundo traidor», tal es el nuestro.
Campoamor era un hombre culto que frecuentaba el Liceo, había estudiado Latín, Humanidades, Filosofía, Lógica y Matemáticas. También se interesó por la Medicina, intento que abandonó porque vomitaba en las disecciones (es comprensible). Comprobó que la lectura constituía su universo preferido y –tras dedicar incontables horas a leer a los clásicos– se orientó definitivamente al periodismo y a la literatura. Durante el periodo de la Restauración (diciembre de 1874 a abril de 1931), es decir, el periodo monárquico entre la Primera y Segunda República, Campoamor resultó elegido diputado diez veces. Sus propuestas siempre eran positivas. Por mencionar un ejemplo, a los veinte años, publicó un artículo, donde arremetía contra el romanticismo «degradado» proponiendo otro «más preocupado por lo moral que hiciera mejor, no peor, al hombre». Sencillamente, era un gran tipo y tenía sentido del humor, síntoma «patognomónico» –que diríamos en términos médicos– de su inteligencia.
Indudablemente, muchas de las flagrantes carencias y errores de nuestro mundo político y cívico se resolverían leyendo un poco más. Y para amainar ese «relativismo al uso» capaz de encajar cualquier falsedad como aceptable, no se me ocurre nada mejor que la célebre frase del poeta de Castilla: «¿Tu verdad? No, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela».
Inma Castilla de Cortázar Larrea. Catedrática de Fisiología Médica y Metabolismo. Vicepresidente de la Fundación Foro Libertad y Alternativa (L&A).
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