
El buen salvaje
El fontanero, su mujer y otras cosas de meter
Teníamos a Roldán, de la época analógica, pero Leire, Leire no es Bergman sino Scorsese, porque lo suyo no es meditar sino actuar
Antes de que el cine porno se convirtiera en un problema que arruinara la vida afectiva de los adolescentes varones (o eso concluyen los que suelen hacer estudios rápidos y superficiales para problemas largos y profundos), hubo un tiempo, muy muy lejano, tanto que casi no me acuerdo, je, je, en que era asunto de burla y cuchufleta, sobre todo por los títulos que encabezaban las carteleras, uno de ellos, el que lleva por título este artículo, «El fontanero, su mujer y otras cosas de meter», y otro, por ejemplo, «Conejo en salsa picante». Hilarante más que afrodisíaco. Quevedescos, como una cita de Ábalos, el socialista que mejor ha empleado la lengua española en todos los sentidos: «Pocas veces hay lisonja sin puñalada», escribió. En fin, Mariano Ozores (ese Ingmar Bergman calvinista que desveló el alma ibérica con el séptimo sello de nuestros calzoncillos católicos) y el destape empezaban a decaer, pero la guasa y el choteo seguían impunes, aunque entonces en vez de medio sujetador no había tela que cortar. El sujetador siempre fue un quiero y no puedo, bien lo vieron las pretéritas feministas. Y a ese tiempo hemos regresado, porque lo que fue un día una comedia de Pajares y Esteso filtrada por Santiago Segura (los puticlubs y el rastro de la cocaína) empieza a convertirse en porno soft y cutre, de hacerlo con los calcetines ejecutivos puestos, que ya hay que tener ganas.
Recordemos que fue Pilar Miró la que dijo que Ozores hacía cine para fontaneros y que, ahora, el fontanero es una fontanera, que, por algo, el PSOE es un partido en el que prima la igualdad y que lo mismo te cambia una cañería Aldama que Leire Díez, el personaje más fascinante, en el ecosistema del cutrerío político, del último cuarto de siglo. Teníamos a Roldán, de la época analógica, pero Leire, Leire no es Bergman sino Scorsese, porque lo suyo no es meditar sino actuar. Podría imaginarla como Robert de Niro frente al espejo diciéndose «¿Me estás hablando a mí?», ese momento en que sabemos que el personaje es un psicópata que quiere salvar el mundo, lo que le daría un toque épico-mafioso pelín interesante, pero Leire es la Omaíta de Los Morancos, y así volvemos a Ozores, que es ese lugar del que España quiere escapar y no puede porque siempre hay alguien que nos empuja sin cesar hacia el pasado, como escribió Fitzgerald. Años después, Leire es la fontanera del título de la película. De la «modernidad líquida» de Bauman al porno sanchista, y todavía puede ser más duro, a lo Chimo Bayo.
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