El trípode

Tras Francia … ¿España?

La república francesa con su laicismo radical y anticristiano no tiene alteridad a confrontar respecto a la cosmovisión islámica de ese tan importante número de conciudadanos.

«Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar». Es un proverbio sencillo y sabio, para que tomemos nota como país vecino de Francia, y pongamos remedio urgente a una política que ha conducido a la grave situación que los franceses están viviendo. La política inmigratoria, unida a otras circunstancias que forman parte de su realidad histórica, tal como su presencia colonial en el Magreb, con Argelia junto a Marruecos y en el West Sahel –Mali, Senegal, Niger, Nigeria, Mauritana, Chad– son parte de la Francofonía, y están presentes de manera destacada en el grave problema que sufre en la actualidad. Ya comentamos la pérdida de la identidad histórica y nacional de Francia como fruto de la Revolución, y que no ha sido recuperada por la proclama de «libertad, igualdad y fraternidad» republicanas.

Esos tres principios, interpretados y aplicados completamente al margen de las raíces cristianas que forjaron lo que hoy conocemos como Europa, se quedan en un hermoso lema, vacío de contenido. Francia, con una gran población de ciudadanos de nacionalidad francesa –hijos y nietos de inmigrantes– pero de una religión ajena a la que constituyó su ser nacional como pueblo, forma ahora una sociedad multicultural dividida y enfrentada en su interior. España comparte por su proximidad al Magreb y también por su historia, el problema de hacer frente al riesgo de una inmigración masiva e incontrolada, con la ventaja relativa respecto a nuestros vecinos, de disponer de una inmigración hispanoamericana que comparte nuestra cosmovisión cristiana. Es una ventaja derivada de la misión del Imperio español no concebido como una empresa colonial económica explotadora de los recursos naturales de otros territorios, sino como una genuina misión evangelizadora de la población indígena. La conquista española de América estuvo al servicio de esa misión y no a la de la mera explotación. La república francesa con su laicismo radical y anticristiano no tiene alteridad a confrontar respecto a la cosmovisión islámica de ese tan importante número de conciudadanos. Ha sido un factor diferencial hasta ahora favorable al Reino de España el que si disponíamos de ella. El problema es que ese laicismo radical se está imponiendo en nuestra sociedad, incluso con dirigentes políticos que felicitan fiestas musulmanas como el Ramadán, mientras ignoran la Cuaresma o la Navidad. Miremos en que se está transformando la España vaciada en algunos núcleos rurales. El reto no es solo de Francia y de España, sino de toda la UE. Ante políticas buenistas y suicidas de Bruselas, ya no están solos Hungría y Polonia. Meloni en Italia, con Le Pen en la reserva en Francia, marcan una nueva senda.