Editorial

Frankenstein pasa factura a Sánchez

España ha pagado un precio carísimo por un gobierno urdido a espaldas de la voluntad popular, a la que no se consultó ni se planteó tal fórmula, sino todo lo contrario. Frankenstein ha sido una experiencia amarga que debe ser corregida

La izquierda afronta el horizonte electoral en una situación de franca dificultad. El consenso demoscópico resulta concluyente en cuanto recoge una consolidada desafección de una parte notable del electorado, especialmente grave en ese espectro de voto de los partidos de la mayoría de gobierno y de investidura. Lo preocupante por significativo es que la caída, en algunos casos desplome, no pueda ser catalogado de coyuntural ni siquiera de un proceso de altibajos en el que el porcentaje de adhesiones oscila en modo montaña rusa. Se detecta de manera incontestable un sentimiento de censura a la coalición y su acción del gobierno, que se plasma también en la negativa valoración de todos los miembros del gabinete, que solo Yolanda Díaz suele sortear por su capacidad para presentarse ante la sociedad como una opción moderada y de diálogo en contraste con Irene Montero e Ione Belarra. Lo que las encuestas han refrendado por encima de otras lecturas es que la única opción de que Pedro Sánchez pueda seguir en La Moncloa es sobre la mayoría Frankenstein, es decir, de la mano de los principales enemigos de la España constitucional y democrática. No existe un escenario probable sustentado en datos demoscópicos actuales en el que el inquilino de La Moncloa pueda alcanzar, ni siquiera aproximarse, a un resultado suficiente para gobernar en solitario. Por tanto, en las urnas se decidirá entre renovar por cuatro años el régimen sanchista actual o la alternativa del Partido Popular. Ese dilema que se planteará en las próximas citas con las urnas entre el extremismo, la degradación de la democracia y de las libertades, las cesiones a los separatistas y el conchabeo con los bilduetarras, que hemos padecido hasta hoy, y el cambio para regenerar y recuperar el estado de derecho en plenitud es una clave decisiva. En esa tesitura la marca PSOE se diluye y se desvanece con dificultades para armar un perfil propio. LA RAZÓN publica hoy que los sondeos en poder de Moncloa han revelado como un serio escollo para los socialistas que los españoles identifican la alianza Frankenstein como una entidad estructural y definida. Ese enfoque estrecha el espacio para articular un discurso diferenciado. Pedro Sánchez es visto como el candidato de un frente común de la izquierda radical, el separatismo y los legatarios de ETA. Esa sociedad ciega el camino a posiciones centradas propias de la socialdemocracia clásica, que han sido básico en las victorias del PSOE. El presidente recoge en la frialdad y el ánimo refractario del electorado hacia los discursos exacerbados, los planes antisistema y el desgobierno las consecuencias de la decisión personal de alcanzar el poder con quién sea y cómo sea. España ha pagado un precio carísimo por un gobierno urdido a espaldas de la voluntad popular, a la que no se consultó ni se planteó tal fórmula, sino todo lo contrario. Frankenstein ha sido una experiencia amarga que debe ser corregida.