Editorial
El futuro está en manos de Puigdemont
El culpable único de este incierto y alarmante panorama no es Puigdemont, sino Pedro Sánchez, que, de la mano de la mentira y la carencia de moral, decidió que el fin justificaba cualquier medio
Emiliano García-Page, explícito cuando le conviene y aspirante a verso suelto en el PSOE que nunca acaba de dar el paso llegado el momento, ha expuesto, esta vez sí, con meridiana claridad el escenario político e institucional de la nación: «La legislatura acabará cuando Puigdemont quiera». El retrato de situación es realista y veraz, sencillamente porque es una cuestión de aritmética parlamentaria y de la condición de gobierno en franca minoría que preside Pedro Sánchez, como se ha constatado con los varapalos en el Congreso al techo de gasto y la ley de Extranjería con la rúbrica del antiguo vecino de Waterloo. Así que el amo del «maletín nuclear» y de su botón rojo es un político inmerso en un proceso judicial por delitos muy graves, que no puede pisar territorio nacional porque sobre él pesa una orden de detención y puesta a disposición judicial y que urdió con Moncloa una amnistía corrupta, inconstitucional y por lo visto inútil y estéril pues, de momento, no lo ampara. El expresident ha convocado hoy a los suyos en el sur de Francia en un acto de partido, en principio «normal», para celebrar el aniversario de la fundación de JxCat. En una coyuntura como la presente, en la que se da por consumado el acuerdo entre socialistas y republicanos para encumbrar a Salvador Illa a la Presidencia de la Generalitat, a expensas de la consulta a las bases de ERC, las especulaciones sobre los movimientos de Puigdemont para reventar el marco se han disparado, incluido el siempre manoseado retorno a Cataluña, con arresto incluido y traslado hasta el Supremo. A nadie se le escapan los daños colaterales de esta secuencia de acontecimientos y de la bastante predecible reacción del líder de Junts, con el pase a la oposición hostil de sus siete diputados en Madrid y la práctica detonación incontrolada de la legislatura. Hay otras jugadas probables en ese endemoniado tablero de ajedrez que es siempre Cataluña, pero ninguna tendrá futuro si no contempla la condición indispensable, que Puigdemont sea investido presidente de Cataluña con la abstención del PSC y con Salvador Illa, por ejemplo, recompensado con alguna embajada que endulce el trago amargo. Si esta nueva Cataluña es la prometida por el ministro Bolaños, al calor del borrado general del delito que ha puesto en jaque la democracia, como ha constatado el Supremo, lo cierto es que se parece demasiado a la del procés que abocó a España al abismo. Ni rastro de la convivencia, la concordia y el entendimiento, sino el cainismo, el egoísmo y el agravio separatista habituales. El culpable único de este incierto y alarmante panorama no es Puigdemont, sino Pedro Sánchez, que, de la mano de la mentira y la carencia de moral, decidió que el fin justificaba cualquier medio, incluido pagar el precio que fuere a los enemigos de la España constitucional. Entre el drama y el esperpento se debate un país que soporta al peor presidente en su instante más crítico.