El buen salvaje

Lo de Gila

Europa es un gigante burocrático que aspira a que tengamos una pistola como señal de que nos alegramos de verle

Yolanda Díaz hacía muchos aspavientos cuando le preguntaban por el gasto en Defensa. Parecía una mala actriz haciendo de sí misma. Disparaba negaciones. No sabía qué decir así que optó por declarar que ya lo había dicho todo cuando en realidad no había contado nada. El presidente tampoco nos ha adelantado mucho. Ni los tecnócratas de la Unión Europea. En ese sentido, por una vez, la vicepresidenta va en consonancia con Bruselas, pues ni una parte ni la otra tiene muy claro qué hacer con las armas.

Yolanda Díaz prefiere no gastar en tanques; mejor pagar los hospitales de campaña cuando nos hagan falta y ya sea demasiado tarde. Que lluevan misiles y sentémonos a meditar y a pensar en el karma de los vivos y los muertos. La izquierda posthippy sigue siendo happy aunque no se ha enterado de que no es lo mismo la policía, clase obrera del 68, a la que defendía Pasolini, que un Putin cabreado. Pedro Sánchez, por su lado, ha encontrado la excusa perfecta para ser de nuevo un corcel alado que nos defenderá de los malos. Es una buena estrategia, si bien para los más avispados no resulta muy creíble. Qué más da si es verdad o mentira, el presidente vuela de cumbre en cumbre como si fuera la última antes de que suenen las trompetas del apocalipsis. La reunión de ayer con Díaz desembocó en un nuevo chiste de Gila. El Gobierno no se pone de acuerdo consigo mismo. La guerra, o su mera idea, es de nuevo carne de bufón y pasto de burla.

Claro que hay que rascarse el bolsillo para dotar a nuestras tropas de lo que necesiten si llegado el caso el mundo revienta por esta esquina, pero esta carrera armamentística es loca y peligrosa así, tal cual, tan lisérgica que parece salida de una convención de ketamina de Silicon Valley. Europa es un gigante burocrático que aspira a que tengamos una pistola como señal de que nos alegramos de verle. Volverá a endeudarse hasta las cejas, armada con bonos basura. No hay pólvora que acabe, sin embargo, con ese ejército de hombres y mujeres de alivio de Giorgio Armani.