Con su permiso

Hay otra izquierda, pero manda la indigna

Acusan a la derecha de querer sacar tajada electoral del tema ETA, pero ha sido Bildu quien, con una intención política que a Ludivino se le escapa, ha puesto asesinos en sus listas

Ludivino recuerda que una vez un periodista de Radio Nacional, el director de «En días como hoy», le preguntó al entonces ministro de Economía Pedro Solbes, por qué el gobierno de Zapatero se empeñaba en negar la existencia de la crisis cuando era evidente, en aquellos primeros compases de 2008, que estábamos ante un auténtico abismo. Solbes, ya a micrófono cerrado, le confesó al presentador que la única razón para que el gobierno de Zapatero se enrocara en aquella negativa de lo evidente había que buscarla en el futuro: «Si llamamos crisis a esto no sé cómo vamos a llamar a lo que viene detrás».

Ludivino se acuerda a menudo de aquella revelación que años después hizo el periodista, cuando contempla, cada vez con menos sorpresa, la creciente afición del personal que gestiona lo público a no llamar a las cosas por su nombre o, directamente, a mentir.

Lo ha recordado estos días en que, para su sorpresa, anuncian los medios que empieza la campaña electoral. ¿Cómo? ¿Qué empieza qué? ¡Si llevamos más de dos o tres años ininterrumpidos! España es ese ruedo político de campañas interminables, como un bolero de Ravel machacón y estomagante, sin que ningún partido, en gobierno o en oposición, tenga la vergüenza torera de ocultarlo. Se trabaja para ganar uno y que pierda el otro las próximas elecciones. Se gobierna para seguir gobernando después las próximas elecciones. Lo de hacer país lo dejamos para más tarde, si eso.

Esa mirada miope a la política, se lamenta Ludivino, es la que ha venido para quedarse, como el teletrabajo o los podcast de autoayuda.

Cambiando la frase de Solbes, si esto que empieza es la campaña electoral, ¿cómo llamamos a lo que ha venido siendo la política en estos últimos años?

Quizá sea más correcto llamar estallido preelectoral a la intensificación de la artillería gubernamental y opositora en estos días previos al 28 de mayo.

Estallido que, a juicio de Ludivino, tiene en esta ocasión unas cuantas particularidades en las que cree que merece la pena detenerse. Además, con un inquietante nexo común. De indignidad, digámoslo ya.

De entrada, le ha llamado la atención cómo y dónde ha abierto Yolanda Díaz su campaña artillera para las elecciones. Se ha ido a Sumar a Mieres, el feudo inexpugnable de Izquierda Unida. Mejor dicho, de Aníbal, el alcalde cuyo apellido nunca se añade, porque su solo nombre sitúa la verdad de su insólita cercanía a la gente y su capacidad para empatizar y gestionar en consecuencia. El alcalde de Mieres, en la cuenca minera asturiana del Caudal, revalidará no ya la mayoría absoluta sino la casi completa unanimidad de su electorado. Recuerda Ludivino haber leído en este mismo periódico una columna del abajo firmante en la que comparaba a Yolanda con Aníbal y decía que era «el espejo en el que se mira Yolanda, que aspira, como el alcalde de Mieres, a ser solo Yolanda. Aníbal gobierna desde la izquierda para todos. De ahí su éxito». Añadiría Ludivino que haciendo lo que la izquierda dice siempre que hace pero no hace casi nunca. Aníbal sí. Alguien dijo alguna vez que a «esti guaje vótanle hasta les muyeres de dereches». Lo que es ciertamente la única matemática posible, dados sus crecientes éxitos electorales.

No es probable, estima Ludivino, que la vicepresidenta del gobierno se haya inspirado en aquella columna para iniciar su campaña. Pero la verdad es que no podía haber elegido mejor telonero –anfitrión, por precisar– para su concierto inicial. No está mal empezar campaña con quien nunca gana las elecciones en campaña, sino en la gestión del día a día de los problemas de las casi 40.000 que viven en el «conceyu».

Pero sucede que ese rostro amable de un Sumar por descubrir, esa apuesta por la honestidad y la cercanía en esa izquierda que vuelve a estar dividida, contrasta con la indignidad que rezuma por otro flanco gracias al regalo tóxico de uno de sus colegas más activos.

Al partido socialista no le ha gustado que Bildu metiera en sus listas a asesinos como los que mataron a sus compañeros. Se remueven los nuestros en sus tumbas, pero sólo dejamos caer que no nos gusta. Supone Ludivino que es el precio del poder. De mantenerse alguno en él.

El resto de la izquierda «de Estado» considera, sin embargo, que es algo, «respetable» como ha dicho la ministra Montero de Podemos. Como han cumplido sus penas, pueden hacer lo que quieran. Duda Ludivino que lo viera igual si fuera un maltratador asesino en vez de un terrorista.

Acusan a la derecha de querer sacar tajada electoral del tema ETA, pero ha sido Bildu quien, con una intención política que a Ludivino se le escapa, ha puesto asesinos en sus listas. Alguno incluso en el pueblo donde mató. No era necesario herir de esa forma la memoria de los muertos, por eso es censurable. Y considerarlo respetable convierte en indigno a quien lo hace. Como lo es la decisión, también política, del partido socialista de ponerse casi de perfil en este asunto por una única razón de supervivencia del líder.

La izquierda ha gobernado con el apoyo de Bildu, pero la parte de Bildu que aún sigue conectada con Eta le ha metido a esa misma izquierda un petardo altamente explosivo en su ya deteriorada línea de flotación.

Esa no es la izquierda de la gente, esa no es la izquierda de Aníbal.