
El buen salvaje
¿Hay tantos millones de ultraderechistas?
La izquierda, en la pueril ensoñación de unos postulados alienígenas, al estilo Irene Montero, llega más al rico que tiene mala conciencia de serlo que a la clase trabajadora.
Las elecciones en Francia marcan un nuevo relevo en la carrera de la llamada ultraderecha en su carrera hacia el poder. No hay país en el que no anide esa llamada a un nuevo proteccionismo, a una «reconstrucción nacional» que apela a episodios pretéritos para ganar el futuro. No imagino, no obstante, a tanta gente con nostalgia de ninguna época fascista, brazo en alto y esos símbolos demodé, paseando por la calle en busca de un imperio en su barrio y tampoco a melenchonistas dispuestos a asaltar la Bastilla y a decapitar a macronistas con peluca.
Lo que se ha demostrado es que cuando esta ultraderecha se sienta en el trono y mira a los ojos a la realidad, la política del grito y la euforia se torna calmada y realista, que es la manera sensata de que el país llegue a fin de mes. He ahí a Meloni que, de tan pragmática, hasta Abascal le hace mohín de rechazo. Esta no es mi Meloni.
Si se hace un análisis quirúrgico y sin aspavientos de los millones de europeos que votan a la ultraderecha se llega a la conclusión que, efectivamente, nadie echa en falta que Musolini eleve un gran monumento a la egolatría nacional, bastaría con que los políticos pasearan de vez en cuando por ciertos barrios. La mayoría de los lepenistas votarían a la izquierda tradicional si esta izquierda no se hubiera sometido a la castración química de sus principios. Ahora no le importa el bienestar de la gente en general sino el de grupos de personas en particular. Se habla más de lo trans (y etc, es por poner un ejemplo) que de los trabajadores del automóvil, cuando hay más de esto último y con no pocos problemas.
La izquierda, en la pueril ensoñación de unos postulados alienígenas, al estilo Irene Montero, llega más al rico que tiene mala conciencia de serlo que a la clase trabajadora, a la que molesta que se repartan subsidios por nacionalidades menos a los del país en el que vive. Qué espera esa misma izquierda si los presupuestos a asuntos ideológicos se abultan a costa de que la jubilación se retrase o si el Estado del Bienestar se mantiene con una sangría impositiva difícil de acunar o si los tomates no pueden venderse en la Unión Europea por motivos ecologistas, pero sí los marroquíes que no saben qué es eso.
Nos volveremos a equivocar si concluimos que la ultraderecha y su resultado potente en Francia significa, por más que vocifere Le Pen, que el pueblo está ansioso de encarcelar a los emigrantes en cuanto crucen la frontera. Eso es solo la espuma. Los que abominan de esa ultraderecha deberían hacer examen de conciencia.
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