Las correcciones

Ignorancia y estupidez

La revisión de las novelas siempre ha existido pero en la era de Netflix ha alcanzado niveles estratosféricos

Jean Jacques Rousseau ya protestaba en «Emilio o la educación» contra la enseñanza de los niños de las fábulas de La Fontaine en la que los animales adquieren vicios y defectos de los humanos. La hormiga se niega a dar limosna a la cigarra o el zorro consigue el queso adulando al cuervo. Gustave Flaubert hizo un inventario de las mutilaciones exigidas por su editor en «Madame Bovary» para adaptarlas a la moral del momento. O el propio Roald Dahl reescribió en 1973 partes de «Charlie y la fábrica de chocolate» condicionado por la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. En la edición de 1964, los Oompa Loompas eran «una tribu de pequeños pigmeos» a los que Willy Wonka había «traído de África» para trabajar en su fábrica. Y después serían criaturas de «Loompalandia» con «piel blanca rosácea». La reducción de las novelas a un discurso político que suscita adhesión o rechazo y, que, por lo tanto, puede evaluarse desde una perspectiva moral no es nueva, pero sigue siendo una pulsión errónea. Dahl, como explica el profesor de la Universidad de Rouen, Hubert Heckmann en «Le Figaro», parece responder a la censura desde un pasaje de «Charlie y la fábrica de chocolate» en el que los Oompa Loompas se preguntan: «¿Qué hacías cuando eras pequeño para fortalecer tu mente? ¿Se ha olvidado? ¿Deberíamos decirlo? ¿En voz alta? Los niños... ¡podrían... leer!». La lectura aparece como el mejor antídoto contra los encorsetamientos y las estrecheces intelectuales. La «revisión del lenguaje» que ha hecho la editorial Puffin de los textos de Dahl es una auténtica masacre de fondo y forma realizada sin la autorización del autor, que altera el significado de su obra. Deja de ser un documento de su tiempo para ser una novela contemporánea. Heckmann advierte que eliminando todo rastro de negatividad en los textos mostramos a los niños un mundo falso, aséptico y, lo que es peor, desprovisto de interés alguno.

La estupidez –que ha denunciado nuestro escritor «best seller» y miembro de la Real Academia de la Lengua Española, Arturo Pérez Reverte, por la revisión de James Bond– parece alcanzar niveles estratosféricos en la era de Netflix en la que las producciones tienen que pasar por el embudo de lo políticamente correcto. Pérez Reverte bien advierte que todo esto es un negocio de «oportunistas y demagogos» que los «idiotas aplauden».

Idiotas e ignorantes. Esta mañana mi hermano Jorge ha compartido en el chat familiar la carta al director que Leopoldo Ortega-Monasterio, tío de mi cuñada Carmen, ha publicado en «La Vanguardia»: «El meu avi». Los antisistema de la CUP han propuesto revisar las habaneras para desproveerlas de las connotaciones racistas relacionadas con la esclavitud. Ortega-Monasterio, hijo de José Luís, autor de «El meu avi», recuerda que esta canción está ambientada en el Desastre del 1898 cuando España pierde Cuba y no tiene nada que ver con la esclavitud que fue abolida dieciocho años antes en 1880 en una votación en el Congreso de los Diputados. «El meu avi» es un homenaje a la valentía y el coraje de los catalanes que se fueron a luchar por un imperio en decadencia, el español, contra otro en auge, el americano, en el teatro de operaciones cubano. Pero, claro, señores de la CUP, hay que pescar en río revuelto (a ver si cuela).