Tribuna
El impacto electoral de la inmigración y el dilema irresoluble de Sánchez
Es un enigma prever qué estrategia verá la luz en la maquiavélica mente de Sánchez para salir del laberinto en el que se ha introducido con tan peligrosas compañías, que se necesitan mutuamente
El acorralamiento de Sánchez por los hechos que apuntan a una corrupción sin precedentes le llevó a un amago de dimisión seguido de un intento de movilización de sus cargos públicos, aunque algunos lemas de aquellas convocatorias no fueran propios de individuos con responsabilidades públicas como los que increpaban a los periodistas independientes o a los jueces, por ejemplo, aquel «el totalitarismo se viste de toga» que ponía de manifiesto la más absoluta pérdida de la cordura democrática. Este desafortunado episodio ha quedado atrás, aunque el callejón sin salida de Sánchez, incluso por circunstancias aparentemente positivas como la victoria en Cataluña, sigue siendo una realidad constatable y -sin duda- merecida.
En las pasadas elecciones –ésas en las que no votó uno de cada dos catalanes y viceversa– el triunfo de Salvador Illa es indiscutible (mientras Junts no logre demostrar lo contrario), tan indiscutible como el fracaso de ERC. Sin embargo, hay al menos dos elementos en los que convendría reflexionar: el primero, el impacto de la inmigración en los resultados electorales y el segundo, la disyuntiva de Sánchez ante el buen resultado del PSC.
Comencemos por el primero, Cataluña es la región de España con mayor número de inmigrantes. El incremento de 2022 a 2023 traza una línea ascendente que pasa de 1.225.000 a 1.360.000, de los cuales más del 18% –235.278 para ser exactos– son ciudadanos marroquíes según datos oficiales (quizá sin derecho a voto, por el momento), mientras en Marruecos estiman que han sido esenciales los 150.000 votos de sus compatriotas para los resultados del PSC. Es de todos conocido el explícito apoyo del Rey de Marruecos al voto socialista en un evidente intento de reforzar esa estrecha, y unilateralmente fecunda, relación con el actual presidente de España.
El PSOE es consciente del impacto de la inmigración en los procesos electorales y de los beneficios que le puede reportar, a la vista está la masiva y fomentada inmigración ilegal - vía Canarias o vía estrecho de Gibraltar. Adicionalmente, y no en vano, asistimos a un récord de las nacionalizaciones, coincidiendo con el estratégico nombramiento de Sofía Puente, destacada autora de la reforma del Registro Civil.
Si el PSC ha tenido un total de 872.959 votos - 221.932 más que en los anteriores comicios autonómicos - y además de los que ha podido recibir de votantes «independentistas» (antes de ERC) que han comprendido que los «representantes del socialismo catalán» han abandonado cualquier asomo de constitucionalismo, el PSC puede estar contando con un contingente nada despreciable de votos de la población magrebí censada en Cataluña.
Es de todos conocido, por las redes y por los videos filmados a estos ciudadanos, que es unánime el agradecimiento a Sánchez (y a Zapatero) de no pocos que continúan viviendo en Marruecos, donde residen sus familias, pero acuden regularmente a España a cobrar sus pensiones y a votar por supuesto «en justa reciprocidad».
El segundo elemento digno de consideración es la disyuntiva – que podríamos considerar un dilema irresoluble – que se le plantea a Sánchez tras las elecciones catalanas con las exigencias de Puigdemont que parece no haber entendido que «no ha ganado las elecciones». Es decir, exactamente lo mismo que le ocurriera al líder del PSOE en las pasadas y estivales Elecciones Generales.
Pues bien, es evidente que Sánchez ha cedido a todo lo que le han exigido sus socios en el Congreso a cambio del respaldo a su presidencia: algunos en silencio - léase Bildu - y otros en tan virulentos como calculados episodios parlamentarios, como los protagonizados por Míriam Nogueras. También, parece impensable- pero no descartable- que Sánchez pida a Illa ceder la presidencia de la Generalitat a Junts, asunto que puede estar atormentando en este momento a ERC. Esta cesión se percibiría como una total claudicación ante el prófugo Puigdemont, al que, sin embargo, Sánchez necesita para mantenerse a cargo del variopinto gobierno de España, cuyos miembros sólo tienen en común su prioridad por el propio interés personal y/o partidista en lugar del progreso y del prestigio internacional de esa nación a la que pertenecen - quieran o no -, que se llama España. Es un enigma prever qué estrategia verá la luz en la maquiavélica mente de Sánchez para salir del laberinto en el que se ha introducido con tan peligrosas compañías, que se necesitan mutuamente. Tiempo al tiempo, pero pueden asomarse en el horizonte unas Generales en las que habrá que extremar la prudencia en la custodia de las sacas de correos, o en posibles errores en el envío de papeletas a las Embajadas para los españoles residentes en el extranjero o en otras astutas estrategias útiles en tan precarias condiciones: no me atrevo a hablar de «pucherazo» pero sí de «pucheracitos».
Decía Indro Montanelli, reputado periodista italiano, al que le fue concedido ex aequo con Julián Marías el Premio Príncipe de Asturias en 1996, que «España es una versión trágica de Italia, que es una versión cómica de España». La situación que padecemos es tan grave, tras el legado de los dos últimos presidentes socialistas, que ni la ingeniosa frase de Montanelli nos consuela ante la implacable deconstrucción de nuestra Democracia, que -dicho sea de paso- no vamos a consentir, cueste lo que cueste.
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