El trípode del domingo
¡Jesucristo ha resucitado!
El cuerpo se convierte en polvo tras la muerte, y será resucitado uniéndose nuevamente a su alma inmortal
Hoy la cristiandad celebra el gozo de la Resurrección del Señor, cuya Pasión y muerte hemos vivido estos tres últimos días de manera muy intensa en la liturgia y con la emoción de las procesiones de Semana Santa, que son un claro signo de las raíces cristianas que conforman la identidad histórica y nacional de España y la Hispanidad. El gran apóstol de los gentiles (los no judíos), san Pablo –Saulo de Tarso hasta su conversión, cayendo del caballo a la puerta de Damasco– ensalzaba el significado de ese acontecimiento histórico de una manera muy significativa en su primera Carta a los Corintios: «Si Jesucristo no ha resucitado, comamos y bebamos, que mañana moriremos». Esa frase de la Sagrada Escritura resume el sentido profundo del significado de la Resurrección del Señor, que garantiza que «la muerte no es el final» –como canta la Legión–, sino el comienzo de otra existencia, de una nueva vida. Si en esta vida terrenal acabara todo, es evidente que durante el tiempo que existiéramos aquí no tendríamos otro objetivo que el de disfrutar todo lo que pudiéramos de los placeres mundanos, dándole al cuerpo cuanta satisfacción nos reclamara y estuviera a nuestro alcance. Es decir, «comamos y bebamos» porque aquí se acaba todo. Por eso mismo, la Iglesia denomina como el «dies natalis» («día del nacimiento») el de la muerte de los reconocidos como santos con su canonización. Esa denominación precisamente reconoce el día del final de esta vida, como el del nacimiento a la otra: a la vida eterna y junto a Dios. Hoy, las hermandades y cofradías acompañan los Pasos que celebran con alegría ese acontecimiento por las calles de tantas ciudades y pueblos de nuestra geografía, en un mapa que es un espejo de la vigencia todavía de la fe en nuestro cuerpo social. La Resurrección de Cristo es una primicia de nuestra resurrección al final del mundo cuando Él «vuelva en gloria y majestad a juzgar a vivos y muertos», como reza el Credo de nuestra fe. Realidad muy distinta de la «reencarnación» que rechaza el cristianismo y que defienden el hinduismo, el budismo, así como creencias esotéricas, ocultistas y de la nueva era, entre otras. El alma humana no va migrando de un cuerpo a otro en busca de su plenitud, sino que es una y única para cada ser humano desde el momento de su concepción en el seno de su madre. El cuerpo se convierte en polvo tras la muerte, y será resucitado uniéndose nuevamente a su alma inmortal. Para gozar de una vida sin muerte, dolor y llanto. En la eternidad de Dios.