A pesar del...

«El juego de Ender»

Todo parece bastante disparatado y desde luego irreal, hasta que comprendemos que estamos ante una obra de ciencia ficción, que no pretende ser realista sino aleccionadora sobre los peligros del poder y de la guerra

Aconsejado por Rafa Latorre para la sección de Literatura y Economía de La Brújula de Onda Cero, he visto El juego de Ender, la película de 2013 dirigida por Gavin Hood y basada en la novela de 1985 del mismo título, escrita por Orson Scott Card.

La historia es bien conocida: las autoridades entrenan a un grupo de chicos, preparándolos a través de una serie de juegos bélicos, para luchar contra unos alienígenas, los «insectores». El líder será finalmente Ender Wiggins, que conduce a la humanidad a una victoria que comporta la aniquilación real de todos los alienígenas menos su reina, que le brindará a Ender la oportunidad de recuperar lo perdido.

Todo parece bastante disparatado y desde luego irreal, hasta que comprendemos que estamos ante una obra de ciencia ficción, que no pretende ser realista sino aleccionadora sobre los peligros del poder y de la guerra. En una de las pocas entrevistas que concedió, Orson Scott Card le habló a Terry Manier en Wired de dos claves que no siempre son subrayadas a propósito de esta obra: el grupo y la religión. «Lo que funciona en El juego de Ender es la construcción de una comunidad. Hay un grupo heterogéneo de chicos, que podrían ser rivales, y Ender es capaz de unirlos porque les sirve, por su lealtad con y su confianza en ellos».

El papel de la religión –Card es un mormón practicante– es interesante también: «En cierto sentido, ser un mormón te prepara para abordar la ciencia-ficción, porque nosotros vivimos simultáneamente en dos culturas muy distintas. El resultado es que todos sabemos qué significa ser extraños en una tierra extraña. No es casualidad que haya tantos autores de ciencia-ficción que son mormones. Para nosotros, parecer una especie de extraterrestre no es anormal. Y también significa que no nos sorprendemos porque la gente no entienda lo que decimos o pensamos. Es muy fácil malinterpretarnos».

Aunque hubo división de opiniones entre los críticos, el público concedió un importante respaldo a la película. La gente, en efecto, apreció los interesantes problemas morales que aparecen en la pantalla, más allá de los brillantes juegos que contempla, desde la manipulación de los ciudadanos, hasta la conciencia de los crímenes y otros dilemas de la justicia en una sociedad de mujeres y hombres que son libres y responsables, o que quieren serlo.