El ambigú

De malos y buenos

Cuando se gobierna inspirándose en el bien y en la justicia se gobierna para una gran mayoría

A lo largo de la historia han existido gobernantes que profesaron preferencia por los malos y un gran desprecio hacia los buenos; por ejemplo, Dionisio II de Siracusa fue un tirano de la antigua Grecia conocido por su mal gobierno y sus decisiones erráticas; su reinado fue marcado por el exceso, la paranoia y una serie de decisiones que desestabilizaron su propia corte y ciudad, lo que indirectamente favoreció a los oportunistas y corruptos; fue alumno de Platón, quien intentó sin éxito guiarlo hacia el ideal de un «filósofo rey», que gobernara sabia y justamente, por el contrario se rodeó de aduladores y desconfiaba de las personas honestas y virtuosas, lo que llevó a un gobierno tiránico marcado por la desconfianza y el miedo. Esta desconfianza hacia los buenos y la preferencia, aunque no explícita, hacia aquellos que alimentaban sus inclinaciones tiránicas y su paranoia, pueden considerarse un reflejo de su inclinación hacia el mal.

Nada más lejos de mi intención que hacer cualquier suerte de comparación, tan solo quiero enfatizar lo contrario; cuando se gobierna inspirándose en el bien y en la justicia se gobierna para una gran mayoría. En España el código virtuoso quedó sacralizado en la Constitución y especialmente en su título preliminar, y por prosaica que pueda parecer nuestra Carta Magna, es un texto que enmarca de forma muy clara el rumbo hacia la virtud política en general. Ahora bien, algo extraño está ocurriendo en España cuando la simple lectura de sus preceptos te puede colocar en un extremo de un nuevo y falso tablero político. Nuestra Constitución es un texto abierto y flexible y además no impone forma alguna de pensar, y por ello permite defender que España pudiera ser un estado plurinacional, y si bien pudiera resultar natural en ámbitos políticos nacionalistas no lo es desde posturas políticas dentro de partidos constitucionalistas, puesto que lo que es España se decidió hace cuarenta años.

Cuando utilizar expresiones constitucionales como «indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles» te puede colocar en eso que se ha venido a denominar fachoesfera, cuando defender que todos los españoles tienen el deber de conocer la lengua castellana, cuando por defender valores e ideales como la libertad, la justicia y especialmente la igualdad se puede ser cuestionado, cuando defender la separación de poderes y la independencia del poder judicial te puede colocar en eso que se ha llamado lawfare, algo extremadamente preocupante está aconteciendo. Cuando no se está con los servidores del orden y especialmente con la Guardia Civil, cuando no se lamenta en determinados ámbitos políticos el asesinato de dos de sus miembros, ¿se está de verdad con los buenos?, cuando se legitima o por lo menos se contextualiza la ocupación ilegal de bienes inmuebles, cuando no se defiende la propiedad, ¿se puede defender sin sonrojo una normal integración en una sociedad moderna? Insisto, son reflexiones en voz alta que no van dirigidas contra nadie ni contra nada.

Decía el político israelí Abba Eban que: «La historia nos enseña que los hombres y las naciones se comportan sabiamente una vez que han agotado todas las demás alternativas»; en España ya las hemos probado y solo queda mantener el sabio pacto que nos dimos en 1978; las fuerzas políticas que participaron en este pacto deben defenderlo, porque lo contrario es un gran peligro y un retroceso que no nos podemos permitir como país. Como decía Platón «El conocimiento sin justicia debe llamarse astucia en lugar de sabiduría» y en esto es en lo que algunos deberían reparar, pasar a la historia solo como astuto no es el mejor pasaporte para pasar a la buena historia.