Apuntes

Mucho ojo, que el dinosaurio aún está ahí

En realidad, Pedro Sánchez nunca ha gobernado desde la libertad de acción

Pues nos quedan siete largos meses hasta las elecciones generales, si es que el inquilino de La Moncloa apura al máximo los plazos, confiado en un milagro de última hora que le arregle el desaguisado. Porque lo de la presidencia europea, ya les digo, no va a tener la menor influencia en las urnas nacionales, que somos muy nuestros, y últimamente, como se ha visto, votamos con el cuchillo entre los dientes. Uno aconsejaría sosiego y calma para la etapa que nos espera, que no va a ser fácil, con la maquinaria de la propaganda gubernamental reexaminando parámetros y fijando nuevos objetivos. En contra tiene que ya se ha prometido todo lo que se podía prometer y no, mientras que, a favor, cuenta con una extrema izquierda en shock, que, con toda probabilidad, tratará de unificar el voto en una sola candidatura.

Los tiempos, aunque estrechos, también dan un respiro a La Moncloa, puesto que el inevitable ajuste presupuestario no empezará a ejercer sus efectos hasta bien entrado el año que viene. Luego, claro, está el otro ajuste, el de las cuentas pendientes de los barones socialistas –unos, barridos en las urnas; otros, recuperándose del vértigo de un recuento al borde del precipicio– y una dirección federal que cuando creía salvada la cosa de las listas trufadas de terroristas etarras con el escándalo artificial del racismo –hay portadas a cinco columnas que deberían estudiarse en las facultades de periodismo–, le estalló en la cara lo de la compra de votos por correo. Lo de los imputados de Mojácar, saliendo del juzgado puño en alto y entre aclamaciones de compañeros y familiares, explica más de este resultado electoral que cualquier análisis de tendencias.

El caso es que hemos alimentado un dinosaurio enorme, cuya cola rompe a la sociedad española en dos, pero no en el eje habitual de derecha e izquierda, sino entre una parte de la población, mayoritaria, que busca los viejos consensos de la Transición, y unos extremos ideológicos a los que no va a ser fácil reconducir, entre otras cosas, porque tienen una dirigencia demasiado joven y ya se sabe que los jóvenes tienden a creer que ya lo saben todo. En realidad, Pedro Sánchez nunca ha gobernado desde la libertad de acción, sin duda, porque se ató a unos socios que confunden la política con el activismo, que pretenden cambiar el alma de sus gobernados, que no son capaces de ver en el adversario otra cosa que un enemigo a batir y para quienes la retórica, incluso, la dialéctica marxista no son más que variaciones de la violencia verbal. Su castigo en las urnas, el de las belarras, singularmente, no ha sido compensado por ese mirlo blanco, esa ganadora in pectore que es Yolanda Díaz. No es mala noticia, no. Pero las hay mejores. Son las señales de que ha comenzado el reflujo de la marea identitaria en unas regiones, como Valencia o Baleares, donde nunca tuvieron problemas sobre su identidad. No podrán quejarse los nacionalistas de no haber echado toda la carne, presupuestaria, en el asador. Lástima de fondos públicos, lástima del esfuerzo que se ha exigido a los trabajadores y a las empresas en una empresa fútil. Cuando, pasado el tiempo, se escuchen sus proclamas, se analicen sus leyes y se estudien las biografías de los baldoví y las francinas, las nuevas generaciones, que ya serán libres de gozar de los afectos, se asombrarán.