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Tribuna
Cuando se desprecia la libertad, la igualdad queda siempre, siempre, sepultada
El Observatorio Cubano de Derechos Humanos acaba de presentar en Madrid su VIII Informe referido al Estado de los derechos sociales en Cuba. https://derechossocialescuba.com/wp-content/uploads/2025/09/ods8r_es.pdf.
Sólo con hacer referencia a las dos primeras líneas de su introducción se puede observar el dramatismo actual y, lo que es más preocupante, el negro futuro que los propios cubanos prevén: «El 89% de las familias cubanas sufre pobreza extrema y el 78% quiere irse o conoce a alguien que quiere irse del país».
Algunos otros resultados de la encuesta resultan, como las pinceladas impresionistas, aún más demoledores, por su cercanía a la cotidianeidad cubana: solo el 3% de los cubanos pueden acceder a los medicamentos sin problema; casi el 70% de los cubanos se cobijan, que no se puede llamar de otro modo, en una vivienda o bien en peligro de derrumbe (15%) o que necesita de urgente reparación básica; únicamente a un 15% de los habitantes le llega el agua sin problema, con lo que ello conlleva de propagación de enfermedades… Dato mata relato. En este caso, dato también «mata» personas. Y es que no se puede olvidar que, detrás de cada cifra, hay miles de personas que sobreviven en condiciones infrahumanas.
Estas cifras desmontan aquello de que el régimen cubano desprecia la libertad pero, al menos, lucha por la igualdad real, por el bienestar de sus súbditos (no se puede hablar de ciudadanos en ninguna dictadura) ¡Mentira! Cuando se desprecia la libertad, la igualdad queda siempre, siempre, sepultada. Recuerden al cerdo Napoleón de la tristemente célebre granja orwelliana, aquella en la que todos eran iguales, pero algunos eran más iguales que los otros; visualicen la miseria en la que viven el noventa por ciento de los cubanos frente a «sus iguales» descendientes de aquellos otros dirigentes que, al menos, creían en una utopía que se ha demostrado radicalmente falsa.
En Cuba no hay libertad ni tampoco igualdad. Hay miseria, y no solo económica sino moral e intelectual, consecuencias las últimas del clásico «primum vivere, deinde philosophari». Cuando se lucha por sobrevivir en la jungla en la que se ha convertido Cuba, lo bueno o lo malo, lo ético y lo que no lo es, queda disuelto. Digámoslo alto y claro. El sufrido pueblo cubano merece que la comunidad internacional reaccione de una vez por todas. Ni los presos políticos o los perseguidos por su homosexualidad; ni el movimiento del 11 J ni las Damas de Blanco, ninguno de tantos y tantos hombres y mujeres que luchan por la libertad, dentro y fuera de la isla, ninguno de ellos, insisto, merecen caer en el olvido generalizado en el que se encuentran en nuestra sociedad.
Y lo digo desde el conocimiento de la situación que me da ser asesor constitucional del Consejo para la Transición Democrática en Cuba, organización cuya finalidad consiste en trabajar para el inicio y la conclusión de un proceso en el que, los unos y los otros, abandonen el enfrentamiento amigo-enemigo y aboguen por el respeto de los derechos humanos y de las diversas y plurales opciones políticas, con la finalidad de restaurar la condición cívica de todos los cubanos, de lograr ubicar a los cubanos en el centro de la acción de una política diferente que se aleje del trágico «patria o muerte». Y es que no hay Patria, no hay Estado si no hay ni pan, ni azúcar, ni luz, ni agua…, si los cubanos se mueren de inanición, en la pobreza. El caos no es patria de nada ni de nadie.
De este compromiso personal destila mi agradecimiento sincero a todas las personas e instituciones de fuera y de dentro de la isla (el exilio no es solo exterior, no me cabe duda alguna) que potencian esta tan justa causa. De ello se deriva esta llamada a la responsabilidad de todos y cada uno de los lectores y mi reclamación a las instituciones y a nuestros políticos para que no olviden a Cuba, para que ayudemos a todos los cubanos, a Cuba entera, a lograr aquello que nosotros alcanzamos en nuestra modélica transición política desde una dictadura a una democracia.
Ni soy Zola, ni lo pretendo. No trato de acusar a nadie. Pero sirvan estos datos ciertos y estas reflexiones sinceras como llamada de atención ante una situación dramáticamente desoladora que, parece, no importa a nadie. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, bien sea por las rancias anteojeras ideológicas, bien por dejadez política.
Termino citando al desaparecido activista Oswaldo Payá: «La noche no será eterna». Ayudemos entre todos a que se haga cuanto antes la luz en Cuba; y no me refiero irónicamente a esa desaparecida y tan necesaria electricidad de las casas; me refiero a la luz democrática de los derechos humanos que supondrá seguro el erguimiento de la dignidad de todos los cubanos.
Que así sea.
José Manuel Vera Santos, es Catedrático de Derecho constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos
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