Aquí estamos de paso

Presunción de eficacia

Se opta por el golpe de efecto y la construcción de un relato a modo de cuento de autoayuda

Algo no funciona en el gobierno y acaso en quien lo vigila y debe criticarlo para permanecer tan alejados de la piel de los que votan o nos leen. Según el último CIS –que algunas pistas da, y algo de chicha lleva pese al condimento progobierno del servicial Tezanos–, son la economía, sus estrecheces e incertidumbres, y el paro, que se sujeta, pero sigue aplastando y acechando a millones de familias, la preocupación principal de seis de cada diez españoles. Es un porcentaje alto, me parece, que permite concluir que nos pongamos como nos pongamos, en este país estamos más atentos a la economía y sus vaivenes que a eso que parece haberse puesto de moda que es el relato del pasado, el presente y el futuro.

No digo que no haya que atender a hechos tan agitadores de la inquietud social como el medio millar de abusadores que pagan menos por sus ataques a mujeres, y la aparente impunidad de las autoras –se feminizan a sí mismas por convicción ideológica y vocación de trascendencia– de un texto legal que a estas alturas sólo ellas estiman válido; ni tampoco que descuidemos la evidencia de que hay una parte del gobierno que ejerce a la vez de oposición y ante la que el presidente tiene las manos atadas en vergonzoso precio por sus apoyos; no, todo esto es importante. Pero lo es más la evidencia de que a medida que se suceden las tribulaciones del gobierno por su mala gestión o la contaminación de compañías forzosas pero indeseadas, se ahonda la distancia entre la realidad del país y las decisiones de quienes administran la cosa pública.

Da la sensación de que todo es propaganda. Da la impresión de que ante la incapacidad para gestionar una política consistente que amortigüe incertidumbres y dolores en las familias españolas, se opta por el golpe de efecto y la construcción de un relato a modo de cuento de autoayuda, que ofrezca a la ciudadanía la engañosa percepción de que todo está bajo control. Y no lo está.

La política de péndulo, de impúdica veleta que ha practicado siempre este gobierno, ha parido una desconfianza social que se alimenta con la división en un bigobierno que en realidad es bipolar, con una de sus cabezas girando en función de cómo viene el viento y ejerciendo de firme oposición cuando no se hacen las cosas como quiere, que es casi siempre.

Han empezado a transitar ya por la senda electoral y para evitar las cuestas pronunciadas Sánchez exigió hace tres semanas solución inmediata al noesno del siessí. Y todavía nada. Es más, se barrunta una rebelión de la parte opositora del gobierno dispuesta a echar atrás la reforma socialista para que tengan que acudir al agua bendita del Partido Popular. Cálculo electoral.

Como lo es también la inesperada concesión a las posibilidades electorales de Barbón y, de paso, de Revilla, con las cabezas en bandeja del presidente de Renfe y de Isabel Pardo de Vera. Dicen los que de esto conocen que con ella se saca del gobierno a alguien con criterio y conocimientos de lo suyo. Pero, claro, había que presentar resultados.

Todo abunda en la banalidad del relato. En el márketing político. No cesas a quien te crea un problema, pero te cargas, para tapar otro, a quien no debías.

Política de péndulo, de imagen; presunción de eficacia.

El personal, mientras tanto, viendo los precios subir. Y la confianza bajar. Por la misma escalera.